Bryce Echenique |
Por Fabio Martínez
Cuando en
1970 apareció su primera novela, Un mundo para Julius, para nadie quedaban
dudas que estábamos frente a un nuevo novelista latinoamericano, con un
lenguaje ágil, descomplicado y cargado de frescura, que muy pronto iba a
dividir opiniones y a causar revuelo en algunos círculos literarios, como
aconteció ese año, al ser presentada la obra en el prestigioso concurso
"Biblioteca Breve" de España, donde el jurado se dividió y declaró
desierto el concurso. Para esa misma época. García Márquez diría a propósito
de esta novela: "Por la inteligencia de su factura, la ciencia de su
lenguaje, la mezcla sutil de ironía, humor ternura y la visión aguda de lo
real, que componen su materia, este libro de Bryce Echenique es una de las
mejores novelas que haya sido escrita por un autor latinoamericano".
Alfredo Bryce
Echenique anunciaba con esta obra, nuevos vientos para la literatura del
continente que hasta hacía poco vivía moviéndose en el terreno de lo barroco y
de la desmesura, y es así como dos años más tarde, logra tener audiencia,
primero en Lima, su ciudad natal, ganando el concurso nacional de novela extranjera.
Sin embargo, a pesar de los premios, Bryce Echenique es aquel escritor que por
esas cosas raras que pasan en América Latina, es más conocido en el extranjero
que en su propio continente. En 1974, ante la preocupación de "destrozar
la imagen de novelista que había creado con Un mundo para Julius, como
él mismo lo confesara en una entrevista, aparece su segundo libro de cuentos,
"La felicidad ja ja", el primero había aparecido en 1968, bajo
el título de Huerto cerrado, ganando una merecida mención en el concurso
de Casa de las Américas.
Quizás un
tanto opacado por la figura de su compatriota Mario Vargas Llosa, Bryce
Echenique hace parte de esa generación intermedia que junto con Manuel Puig,
Néstor Sánchez y Cabrera Infante, crean un lenguaje lúdido utilizando recursos
de narración propios del cine, que en su caso, entran a enriquecer aquellos
ejes que atraviesan su obra: El humor y la ternura, el humor y la tristeza. En
su rica narrativa se aprecia el manejo de diferentes planos, el "flash back",
el "flash forward", y la focalización del héroe, que siempre en la
narración, es como la primera cámara que cuenta la historia.
Pero
también Bryce Echenique no se escapa a la influencia de los escritores, y ya en
1965, confesaba su gran descubrimiento cuando llegó por primera vez a Francia,
por Céline; pero quizás, Céline no sea tan notorio en su obra, como pudieron
ser los escritores norteamericanos de la "generación perdida", con
Fitzgerard y Hemingway.
Bryce
Echenique, a diferencia de aquellos escritores proclives al lenguaje
truculento y retorcido, sabe desde el principio, combinar con genialidad la
anédocta con la síntesis, la imagen con la palabra; tal vez, sus novelas pequen
a nivel de estructura, en tanto el escritor no les da un "cierre", no
las considera como un "universo totalizante"; o como él mismo decía a
propósito de Un mundo para Julius: "La novela nació de la
proliferación de páginas. Primero fue un cuento de diez páginas, que de repente
decidí convertir en un relato de sesenta páginas, y luego me encontré con que
tenía más de doscientas páginas. Y seguí escribiendo hasta que un día decidí
parar, porque hubiera podido seguir escribiendo siempre".
Esta
opinión que indudablemente arrastra una concepción de lo que puede ser la
novela, está presente en sus dos últimas obras que hacen parte de una gran
totalidad que el escritor llama: "Cuadernos de navegación en un sillón
Voltaire". La primera, La vida exagerada de Martín Romaña,
publicada en 1981 donde se narra las peripecias de un joven estudiante en
París, su relación con Inés, muchachita frenética por la revolución que más
tarde lo abandona para irse a casar al Brasil con un rico industrial, y la
imagen, evocada, de una linda mujer que él ve un día en la playa de Cádiz,
cuando su relación con Inés ya estaba tocando a su fin. La vida exagerada de
Martín Romaña será el "cuaderno azul" de la tristeza y de la
crisis positiva en el que "navega" Bryce Echenique a lo largo de
seiscientas páginas. Después vendrá
el "Cuaderno rojo" que acaba de aparecer en España (1),
donde aquella imagen de la evocación, como Dulcinea del Toboso en el Quijote,
se vuelve carne y se convierte realidad. Es la historia de El hombre que
hablaba de Octavia de Cádiz. Octavia, enterada por su hermana, que
en la universidad trabaja un profesor medio loco y taciturno, que lleva sus
clases grabadas y no es aburridor como los otros, decide romper con sus tres
novios (tres coronas europeas ubicadas en Lisboa, Milán y Madrid) y viajar a
Francia a tomar sus cursos; pero como en la historia anterior, esta relación
se romperá, y Octavia se irá a vivir a Italia con un príncipe llamado, Eros
Massino Torlatto Fabbrino. Martín Romaña volverá a quedarse solo, compartiendo
su vida de profesor universitario y sus tardes en el café, con su amigo, Julio
Ramón Ribeyro, otro escritor peruano que encontrará en París. "Yo la adoré
-dirá Martín Romaña- y la mejor prueba es el estado en que me dejó".
El amor,
la política y la literatura son los temas favoritos que recorren las dos
últimas novelas del escritor peruano, donde se sigue manteniendo aquel lenguaje
fresco y fluido, lleno de ironía y humor, que ya habíamos encontrado en Un
mundo para Julius. Lenguaje que no sólo confirma sus condiciones de
narrador, sino que, junto a otros escritores de su generación, inauguran una
nueva década de la literatura latinoamericana, proponiendo un nuevo tono y una
nueva visión, que estamos seguros, no pasará inadvertido en este mundo
maravilloso, que es la literatura latinoamericana de nuestros días.