Las máquinas mágicas de Negret



Por Fabio Martínez
Cuando un artista pasa a la historia es porque ha logrado interpretar el espíritu de su época. Esta premisa, que hoy es tan avara en el mundo de las artes contemporáneas, se cumple a cabalidad en la obra del escultor colombiano Edgar Negret.
Nacido en Popayán, una ciudad del sur de Colombia, que por su bella arquitectura pareciera que estuviera detenida en el tiempo, Negret estudió en la Escuela de Bellas Artes de Cali, y desde su juventud tuvo la grata influencia del escultor español Jorge de Oteiza, quien en plena guerra civil española, llegó  a Colombia, interesado en conocer la cultura aborigen.  Para la época, Oteiza hacía interesantes experimentos estéticos entre el cubismo europeo y la geometría heredada de las culturas amerindias. Para Negret esta relación con Oteiza fue determinante en su obra. Desde joven, el escultor payanés supo que su arte iba a estar determinado por las máquinas propias del mundo moderno, que le fascinaban, y por el espíritu ancestral que se conserva en cada piedra, en cada ángulo y en cada pirámide de América.
A la edad de treinta y seis años se instala en Nueva York, y realiza varios viajes  por Europa, con el objeto de absorber el mundo del arte contemporáneo y conocer de cerca el trabajo de grandes pintores y escultores como Henry Moore, Brancussi, Rufino Tamayo, Jean Arp y Antonio Gaudí. Pero Negret no descuida sus raíces ni su profunda espiritualidad, que siempre confesó, y por esta razón, cuando residía en Nueva York, visita la cultura de los indios navajos. De ellos aprenderá a aplicar el color en sus obras. Luego, cuando se radica definitivamente en Bogotá, hará visitas permanentes a San Agustín y Tierradendro, en Colombia, y Machu Pichu, en Perú. De las culturas amerindias aprenderá el manejo de la luz, la geometría de las formas, y el sentido profundo y espiritual que debe contener toda obra estética. Por esto, por su extensa y prolífica producción escultórica, pasan soles, lunas, quipus, casas de serpiente, mapas de ciudades antiguas, mariposas y crisálidas.
Como su amigo, el escultor Eduardo Ramírez Villamizar, Negret ha sido de los pocos artistas latinoamericanos que ha mirado con fervor la cultura precolombina articulándola al mundo vertiginoso de las máquinas que fue el silgo XX. El artista payanés, que trabajó principalmente con aluminio, con tuercas y tornillos, tuvo la genialidad de quitarle el carácter frío y pesado al metal, otorgándole una nueva dimensión de vida.
En estos tiempos, donde en el arte —a decir del poeta León de Greiff— todo no vale nada si el resto vale menos, es importante que volvamos a acercarnos a la obra del maestro Edgar Negret quien junto a Soto, Rojas y Fonseca, figuran entre los grandes de la escultura contemporánea.
Marta Traba lo dijo en los años sesenta: “Edgar Negret es, no solamente el mejor escultor de Colombia, sino el mejor de América y una de las grandes figuras de la escultura mundial”.