El ojo vigilante de Orwell


Por Fabio Martínez

En 1949, cuando salió a la luz pública la novela titulada 1984, el escritor británico George Orwell nunca se imaginó que su obra, considerada dentro del canon literario como una pieza de "ciencia-ficción", se iba a convertir, cincuenta años más tarde, en realidad. La obra, cuyo "aire de familia" se puede asimilar al que inventó Franz Kafka en Praga, en 1924, es una muestra del engranaje de las sociedades totalitarias que irían a surgir y a desarrollarse después de la postguerra. Hoy, como es sabido, dichas sociedades se vinieron abajo, cambiando de una manera vertiginosa el nuevo orden mundial; pero no sólo es con el develamiento de dichos sistemas sociales que la novela del autor británico cumple su cometido como obra futurista. Allí, como en una pesadilla, está la presencia permanente del Big Brother, aquel ojo voyerista y paranoide que siempre nos vigila. Por supuesto, Orwell nunca se imaginó que la invención literaria de este objeto invisible que vigila nuestros actos más íntimos y elementales, se fuera a convertir en un instrumento de control y vigilancia de las sociedades globalizadas. El Big Brother, que perte­nece a la familia de los cíclopes, es hoy la cámara escondida de vídeo que vigila tus pasos cuando cami­nas por un centro comercial, es el ojo mágico de la internet que controla tus actos cuando cometes un crimen, robas al Estado o violas los derechos huma­nos; es el teléfono celular que siempre te denuncia dónde estás y te hace sentir culpable de lo que nunca has cometido.
Hoy, más que nunca, vivimos en una sociedad de control donde la intimidad y la libertad, aquellas nobles virtudes que en un momento pregonó la socie­dad moderna, se han ido al traste porque lo que importa ya no es el hombre, sino la mediación que existe a través de él: ya no importa el mundo porque lo pode­mos ver en diferido.
El bueno de Orwell nunca imaginó que esa sociedad terrible, totalitaria, que él ingenuamente denunció en 1949, se iba a prolongar hasta hoy con las llamadas sociedades globalizadas de fin de siglo, que apoyadas en una tecnología sofisticada, lo único que hacen es incentivar la guerra para vender más armas, mientras los pueblos se mueren de hambre y son masacrados. La sociedad totalitaria de Orwell es el mundo globalizado de hoy, con su profundo desprecio por el ser humano, con su guerra económica sin cuartel que no respeta mercados regionales y con su acción bélica permanen­te (donde la guerrilla juega el rol de feedback) que arrasa con el paisaje y las vidas humanas.
Después de cincuenta años de su publicación, vale la pena volver a leer 1984, para poner sobre el tapete de una vez por todas los mitos creados por la globalización, que tanto daño están haciendo a Colombia y América Latina: el mito de creer que la globalización es equita­tiva económicamente, el mito de creer que respeta culturas, el mito de creer que la guerra económica global garantiza la paz y la estabilidad de los países; el mito de creer que con la economía de mercado, que es inherente a la globalización, se va a abolir el Estado. Sobre el problema de la guerra y la paz, Estados Unidos siempre ha comprendido que la primera hay que librar­la en otro país distinto al de ellos (o en el cine), pues como decía Lincoln: "Un país en guerra es una casa dividida que jamás se sostendrá en pie". Sobre la ilusión de la muerte del Estado, hay que decir que nunca antes Estados Unidos había tenido un aparato tan fuerte y poderoso como el de ahora. En Colombia y América Latina, por el contrario, contamos con aparatos estatales débiles y corruptos, y persistimos en la guerra al interior de nuestros países, desangrándonos física y económicamente. Por esto, si a algún analista internacional se le preguntara en este momento cuál es la tarea urgente que hay que hacer en Colombia, dirá sin error a equivocarse: la paz. ¿Por qué? Porque después será demasiado tarde. ¿Qué hay que hacer en América Latina? La integración económica, como lo hizo Estados Unidos y como lo está haciendo Europa.
Frobenius comprendía la globalización como el re­sultado de una síntesis cultural donde la economía mundial sería una orquestación equitativa y democrá­tica de todas las culturas, una apertura a la posibilidad de escoger y a las intuiciones directas, un nuevo sentido geográfico que nos conduciría a nuevas cartografías y mapas geopolíticos. Esta idea de la globalización es maravillosa y podía ser la salvación de la humanidad, pero todos sabemos que Frobenius era un soñador, era un poeta, pues la sociedad globalizada como hoy se perfila, está lejos de parecerse como tal, y lo más grave de todo es que si alguien se rebela contra ella, inmediatamente es detectado por el Big Brother, el ojo voyerista del que hablara el autor británico, que siempre está al acecho y nos vigila.