Evelio Rosero |
Por Fabio Martínez
Desde La vorágine de José Eustasio Rivera, la novela colombiana no ha podido
escapar a ese lugar oscuro de la violencia que ha atravesado nuestra historia.
Esta constante se debe al hecho que, dentro del espectro que configuran los
múltiples géneros literarios, la novela es un mundo subterráneo que siempre ha
dialogado con la historia.
Mientras la historia
trabaja con la verdad, la ficción literaria hace su labor con la verosimitud.
Pero a diferencia de la historia, que acude para su pesquisa a la fuente
archivística, la literatura, sin abandonar el dato histórico, pone la
imaginación al servicio del pasado. Este nuevo elemento permitirá ver la
historia no sólo como un simple análisis cuantitativo de cifras y de datos,
sino que a partir de esa maravillosa maquinaria del espíritu, que es la
imaginación, la literatura pone a la historia a jugar en el vasto campo de los
hombres y las mujeres, indagando en sus deseos, en sus gustos y en sus
costumbres.
Desde Homero,
Shakespeare y Cervantes, historia y ficción novelesca ha sido una pareja
indisoluble que nos ha permitido interpretar la historia con los ojos de la
imaginación.
En Colombia, autores
como Gabriel García Márquez, Arturo Alape y Alonso Aristizábal se interesaron
por la historia, y particularmente, por la historia trágica del país dando
cuenta de ella en sus cuentos y novelas.
A partir de este
legado literario, la novela de la violencia se ha venido desarrollando
mostrando el lado oscuro de una sociedad que persiste en resolver sus
conflictos por la vía de las armas.
Esta saga literaria
sobre la tragedia colombiana -que parece no tener fin-, ha llegado hasta el límite
de producir una “literatura sicariesca”, que sustentada en la magnificación del
bandido, intenta mostrar un mundo cruel y perverso.
La
educación sentimental de Rosero
En sus inicios
literarios, el escritor bogotano Evelio Rosero pareciera que no hacía parte de
la literatura trágica donde el mundo gira alrededor de la muerte. Desde sus
primeras novelas Mateo solo y Juliana los mira, veíamos a un escritor
más preocupado por indagar en el mundo afectivo de sus personajes, en los
niveles de subjetividad de sus héroes y de sus heroínas, antes que en la
literatura faústica que ha dominado buena parte de nuestras letras.
Sus primeros textos
nos remiten a aquellas obras de juventud, que todo escritor de largo aliento ha
sabido cultivar desde su adolescencia.
Mateo
solo
es una novela corta que nos remite a la infancia. Aquel mundo que poco a poco
vamos perdiendo a medida que somos adultos y nos enrutamos hacia la muerte. Juliana nos mira, su segunda novela, es
una radiografía juvenil que daba cuenta de su educación sentimental.
En el espíritu
literario del autor, hay que afirmar que hasta la fecha, aún no se vislumbraba
el escenario de desolación y muerte que se describe en Los Ejércitos.
Rosero, que pasó
buena parte de su infancia en la ciudad de Pasto era, ante todo, un autor
lúdico y lúbrico, en el mejor sentido de la palabra. Esto, sin contar, con sus
innumerables cuentos y relatos infantiles, que fueron galardonados en el país.
Sin embargo, hay que
anotar que a lo largo de su trayectoria, Rosero ha contado con algunas
temporadas literarias en infierno, como se percibe en sus novelas posteriores: El incendiado y Plutón. Pero más allá de realizar una cartografía simbólica sobre
los bajos fondos, el escritor colombiano nunca se dejó seducir abiertamente por
el tema de la violencia y la muerte.
La
historia de Los ejércitos
Con su última obra
titulada Los Ejércitos, ganadora del
II Premio Tusquets de novela y del Premio que otorga el periódico The
Independent de Londres, a la mejor ficción extranjera, Evelio Rosero entra a
hacer parte de aquella tendencia de la literatura colombiana inaugurada por
Rivera.
En la novela se narra
la historia de San José, un pueblo pacífico, habitado por gente trabajadora que
lleva una vida idílica. En el pueblo, aparentemente, no pasa nada; pero a
medida que el narrador, quien es un profesor voyerista, se detiene en los
avatares de la cotidianidad, va descubriendo que en el pueblo reinan la
desaparición forzada, el secuestro y la muerte.
Con Los Ejércitos, Rosero crea la metáfora terrible del pueblo que
poco a poco va desapareciendo por la violencia para mostrarnos los dientes de
la barbarie y el estado de indefensión en que se encuentran sus habitantes.
El pueblo de San José
pasa de una vida paradisíaca a un infierno donde el derecho a la vida es
violado por los ejércitos legales e ilegales que merodean en la oscuridad.
San José es un pueblo
acorralado por el miedo, instigado por el secuestro, y asediado constantemente
por la muerte.
El villorrio que
inventa Rosero, y que quizás, se nutrió de los pueblos que él vio durante su
infancia en Nariño, no es el poblado de García Márquez, que se paraliza porque
un ladrón se ha robado las bolas de billar. Tampoco es Comala de Rulfo habitado
por fantasmas. San José es un pueblo donde a sus habitantes los van eliminando
físicamente hasta que sólo queda un sólo habitante: el profesor Ismael Pasos,
que como buen voyerista, es el único que puede ver y contar la historia.
Con Los Ejércitos, Evelio Rosero retoma la
temática de la violencia de nuestros pueblos, que se anunciaba en La mala hora de García Márquez y El llano en llamas de Juan Rulfo. Pero a
diferencia de Gabo y Rulfo donde se percibe un tratamiento surreal que bordea
con lo fantástico, en Rosero hay una invitación a volver al neorrealismo. Pero
no al neorrealismo de la llamada “literatura sicariesca” donde los bandidos son
los héroes de la historia, sino al neorrealismo de Todas las familias felices de Carlos Fuentes donde el pueblo es el
protagonista de la historia.
Con esta obra de
Rosero, los violentólogos, que han dedicado décadas y tratados para explicar
uno de los fenómenos más cruciales del país y del mundo, tendrán esta vez la
posiblidad de acercarse a una obra fresca, que sin caer en el facilismo de la
literatura sicariesca -donde la fórmula del bandido, la ‘vuelta’ y el muerto es
pan comido-, alcanza un nivel simbólico sorprendente.
Con Los Ejércitos, Evelio Rosero, el
escritor colombiano de la generación ‘sin cuenta’, se consolida como una de las
voces más importantes de la literatura hispanoamericana.