El sepulcro sin sosiego



Por Fabio Martínez

Hay quien dice que la esperanza es buena para el desayuno pero mala para la cena, lo que vendría muy bien para un fin de siglo: desvanecida la esperanza de esa comida matinal, a muchos los asalta una comida sin cubiertos. Ese espíritu que algunos llaman pesimista y otros realista, mueve a algunos escritores de la estirpe de Cyril Connoly. Se trata de un espíritu sin sosiego. Palinuro en griego quiere decir "el que hace agua de nuevo". Cyril Connoly

Quizá como catarsis o cura homeopática, en Colombia curiosamente, se empiezan a leer autores cuyos libros contienen un profundo espíritu pesimista. Parece ser que aquellos años del periodismo y la literatura desechable que exaltaba los hechos de los violentos, empieza a ce­der, y poco a poco se le abre paso a aquellos escritores cuya obra gira alre­dedor de la reflexión filosófica, la duda y la incertidumbre.
Es así como aparte de algunos nom­bres de narradores y poetas extranje­ros y nacionales, que con sus obras lograron consolidarse en el imaginario cultural del lector colombiano, es ape­nas ahora y tardíamente, que el lector en nuestro país empieza a descubrir autores de corte filosófico, que ni en la época rosada de los sesentas, ni en la de la Cosa Nostra de los ochentas, y que infortunadamente, aun no termina, se atrevía siquiera a mencionar.
Es el caso de María Zambrano, Walter Benjamín y E.M. Cioran entre otros, que si bien eran conocidos entre cierto grupo de iniciados, aún no eran leídos ni mucho menos reconocidos por el público colombiano.
Hoy, quiero detenerme en Cyril Conno­ly, un autor de origen inglés que publi­có en 1944, durante la guerra, El sepul­cro sin sosiego1, una extraordinaria obra que trata sobre la condición hu­mana, y que hoy, a medio siglo de su publicación, aún nos asombra.
Connoly escribió esta obra bajo condi­ciones especialmente penosas, como creo se escriben las obras que de ver­dad asombran: como editor (publicaba la revista de vanguardia Hori donde apareció El sepulcro) luchaba por com­batir la propaganda estatal que termi­na por "socavar el amor por la verdad y la belleza"; como londinense le "afecta­ba la suciedad y la fatiga, la gradual desaparición de la luz y el color de la otra capital del mundo, por las condi­ciones impuestas por la guerra"; como europeo "tenía una agudizada concien­cia de haber sido desgajado de Francia" durante la guerra; y como ser humano "sufría a causa de una pena estricta­mente privada, una separación de la cual se sentía culpable".2
Estas condiciones que no fueron aje­nas a muchos escritores y artistas de la época que se opusieron a las atrocida­des de la guerra y el nazismo, dieron píe a la creación de una obra, que hoy, ante el resurgimiento del nacionalismo, la xenofobia y el racismo en el mundo entero, está más que nunca, a la orden del día.
Connoly, para crear este complejo teji­do escrito en forma epigramática, a la manera de Nietzsche o Cioran, y que no es fácilmente clasificable, pues El se­pulcro es ensayo, pero también puede ser bitácora, dietario o novela, parte del nulo de Palinuro descrito magistralmente por Virgilio en la Eneida.
Según Lemprière, Palinuro fue un hábil piloto de la nave en que viajaba Eneas, cayó al mar mientras dormía, pasó tres días expuesto a las tempesta­des y a las olas del mar y a la postre llegó sano y salvo a la costa cercana a Velia, donde los crueles habitantes del lugar le dieron muerte para despojarle de sus vestiduras; su cadáver quedó insepulto en la ribera.
Precisamente, es a partir de este mito de la cultura latina, que Connoly cons­truye su obra, no sólo para mostrarnos el lazo invisible que necesariamente existe ente el mundo contemporáneo y las culturas antiguas, sino y, sobre todo, para develar la actualidad y vi­gencia del mito de Palinuro en el mundo contemporáneo.
Palinuro arrojado al mar por una tor­menta, representa la voluntad del ser desalojado, exiliado, apartado, que en busca de una patria, encuentra por parte de sus semejantes, la muerte. Somos desplazados de nuestro derro­tero -dice el poeta Virgilio en el segundo canto de la Eneida, a propósito del piloto troyano- y vagamos sobre las olas negras.
Pero el trabajo de Connoly no se queda solo en rescatar el mito y darle su vigencia. Como autor iconoclasta que es, o sea, que al tiempo que filosofa está desacralizando, Connoly va introdu­ciendo a lo largo de su libro, a la manera de collage, una serie de autores de sus afectos como Pascal, De Quincey, Chamfort, Yang-Tsé, Flaubert y Eliot, entre otros, que le permitirán crear una obra múltiple y moderna, profundamente pesimista para su épo­ca y para la nuestra, pero cargada con la dosis de humor corrosivo necesario que exige toda época en decadencia. Así, a lo largo de El sepulcro sin sosiego, vemos cómo van apareciendo temas como el amor, el suicidio, la angustia, las pasiones, el arte y la soledad, las mujeres, la gordura y el matrimonio, que tratados como si fueran delicadas piezas de orfebrería, van develando la verdadera condición humana.
Veamos algunas de estas piezas, de manera de ejemplo:
"No hay sufrimiento mayor igual al que mutuamente pueden infligirse dos amantes. Esto ha de quedar bien claro para todo aquel que contemple la posi­bilidad de tal unión. La evitación de este sufrimiento es el inicio de la sabi­duría...".
"Los cuarenta años, sombrío aniver­sario para el hedonista, son para quie­nes buscan la verdad, como Buda, Mahoma, Mencio o San Ignacio, el punto decisivo de sus vidas.
"Un error en que muy a menudo se incurre respecto de los neuróticos es dar por supuesto que son personas interesantes...".
"No existe furia como la de una exes­posa en busca de un nuevo amante...".
"En la vida de una mujer hay dos momentos estelares: Cuando descubre por vez primera estar profundamente enamorada de su marido y cuando le abandona".
Y estas otras perlas, que puedan ser útiles para mis amigos, los escritores:
"Un buen escritor debe someterse a un constante entrenamiento: Si le sobran unos cuantos kilos, ese peso represen­ta un exceso de condescendencia para consigo mismo, un excesivo lastre de pereza, en resumen, un embotamiento de la sensibilidad. No existen sino dos vías para ser un buen escritor: como Hornero, Shakespeare y Goethe, admi­tiendo la vida a carta cabal, o bien como Pascal, Proust, Leopardi o Baudelaire, negándose a perder de vista sus horro­res".
"Un gran artista es como una higuera cuyas raíces se internan un centenar de metros bajo tierra, en busca de hojas de té, cenizas y zapatos viejos. El arte que se produce directamente para consumo de la Comunidad jamás po­drá tener la misma cualidad contenida que surge de la soledad del artista. Y es que ésta posee la integridad y la deso­lada alegría que solamente se obtienen a partir de la ausencia de público y de la comunión con las fuentes primige­nias de la vida inconsciente. No es posible estar a la vez al servicio de la belleza y del poder: le pouvoir es essentiellement stupide.
"Si coleccionase mujeres en vez de libros, creo que podría ayudarte".
"Con todo, vivir en decadencia no tiene por qué hacernos desesperar; no se trata sino de otro problema técnico más que el escritor debe resolver".