En busca del paraíso perdido

Jorge Isaacs

Por Fabio Martínez

Desde la antigüedad, la imagen del paraíso ha sido un consuelo maravilloso para seguir viviendo. Después de la expulsión de Adán y Eva, el ser humano siempre ha querido volver a éste, como una manera de oponer al opaco mundo que nos tocó vivir, un paraíso ideal y sin conflictos. El mito judeo-cristiano cuenta que a Adán y sobre todo a Eva, los expulsaron del edén por precipitados; y hoy, por la misma razón es que no hemos podido volver.
La imagen del paraíso hace parte del conjunto de los mitos fundadores consignados en la Biblia, y por esta razón ha estado muy arraigada en el corazón de los hombres. Luego, la pintura y la literatura a través de autores como Dante, Bosch, Milton, Chagall, Lezama Lima y Jorge Isaacs, han retomado esta imagen para crear un microuniverso imaginario, que ante las vici­situdes del ser humano, funcionaría como paradigma o lugar privilegiado de la memoria.
En La divina comedia vemos cómo el poeta, después de su periplo en el infierno, es ayudado por Beatriz para subir al cielo; en El jardín de las delicias, en medio de la representación de un mundo inquietante, lleno de sensualidad, humor y placeres mundanos, encontramos la visión del más allá; en El paraíso perdido leemos la nostalgia de un mundo cuestionado por los albores del Renacimiento; en Los enamorados sobre la ciudad apreciamos el viaje de los novios por el cielo queriendo siempre escapar al mundo plano y laberíntico de la ciudad; en Paradiso vislumbramos el mundo de la infancia como el reino ideal de la utopía; en María nos encontramos de nuevo con el amor, en medio del paisaje prodigioso del Valle del Cauca.
La metáfora del paraíso, que siempre está unida al amor, nos remite a un mundo ideal, que se opone a las contingencias y tribulaciones del mundo terrenal; el paraíso sería en este caso una vasta región imaginaria donde el hombre y la mujer se amarían en estrecha comunión con la naturaleza; sería una especie de reconciliación del hombre con el paisaje, ante el vasto proceso de depredación físico y moral que él mismo ha creado.
En el caso de la literatura colombiana, éste es el mejor legado que nos dejó el autor vallecaucano, de origen sefardita: la posibilidad de soñar con un paraíso, y ante todo de contar con el amor en él; allí realmente empieza todo: esa es nuestra fuente real. Nuestra región se fundó con base en esta maravillosa utopía. Si Sebastián de Belalcázar fundó en 1536 la ciudad, Jorge Isaacs fundó, con su obra en 1867, no sólo la novela colom­biana sino también nuestra región imaginaria.
Toponomía imaginaria y real donde se construyeron, a lo largo de ciento treinta y dos años, las ciudades, las escuelas, las instituciones, las fábricas y los caminos, que como arterias interiores del espíritu conectan a los hombres entre sí, y con el paisaje. Allí en María está todo, de allí venimos y de allí es que debemos partir. De lo que se trata es de volver al paraíso para poder recuperarlo. En la novela de Isaacs están el valle, la montaña, el río y el mar, están Nay y Feliciana, las negras de origen africano, y Braulio, el paisa enamora­do de la valluna; es decir, está aquel mosaico rico y variado que se gestó con la llegada de Belalcázar, del sur de España, continuó con la de Isaacs, de Jamaica,. y se cuajó, entre el olor dulce de la melaza de caña, en el siglo XX. ¿Por qué buscar la identidad en otra parte? Mi propuesta es que recuperemos la imagen del paraí­so. Al fin y al cabo lo tenemos muy cerca.