Poeta del sueño y de la memoria

Roca

Por Fabio Martínez

La noche, con su ropaje aterciopelado y sus profun­didades, ha sido el refugio ideal de los poetas y de los acosados. ¿Hasta dónde Juan Manuel Roca desciende en las profundidades de la noche? ¿Cuáles son las puer­tas invisibles que él logra abrir a través de su poesía?
Para Novalis, la noche como símbolo de lo infinito, pertenecía a ese gran universo donde el poeta se sumer­gía en pos de una verdad absoluta. Impregnado de un hálito de religiosidad —como sucede con la gran mayo­ría de los poetas lírico-románticos—, Novalis invocará la noche como el centro y eje del Universo, desde donde el poeta puede realizar su aventura metafísica. Pero esta visión maravillosa de la noche (donde el poeta está muy cerca de Dios y, él mismo, por su condición de creador, es un pequeño dios), se va a ir desvaneciendo, ante la mirada incrédula de los poetas, que no imaginaron que en esa búsqueda por alcanzar el infinito, se iban a encon­trar con otros mundos llenos de sombras y fantasmas, y se iban a quedar solos.
La visión pues, de la noche, como espacio de ple­nitud y comprensión del universo, empieza a cambiar. Gerard de Nerval, el representante más fiel del roman­ticismo en Francia, se sumergirá en el mundo de la noche a través del sueño, y sólo encontrará imágenes y pesadillas terribles que lo conducirán al suicidio. Baudelaire se encargará por su cuenta y riesgo —como el acosado de Nietzsche—, de "arrojar a Dios sobre la tierra", y se refugiará en el vino y la embriaguez que producen los placeres exóticos. Similar situación es la que se puede apreciar en corrientes poéticas tan disími­les, pero así mismo unidas por el ámbito interior de la noche, y que van desde Verlaine. pasando por Rimbaud (a los veinte años ya había creado "una estación en el infierno"), Rilke y Georg Trakl que como Novalis, mo­riría prematuramente, dejando una poesía bella y de una riqueza cromático-musical insuperable, pero atrave­sada por un espíritu dolorido y torturado, que caracte­rizó a la poesía lírico-expresionista, de comienzos de siglo.
Es dentro de esta gran corriente que se entronca la poesía de Juan Manuel Roca. El poeta colombiano es un cantor de la noche, su ámbito ideal es la noche; pero a diferencia de los románticos que buscaban en ella la dimensión de lo infinito, o de los poetas malditos que descubrieron en este espacio su infierno interior, la noche para Roca es el espacio del sueño liberador y de la memoria.
Roca sabe como Trakl, que con Rimbaud y Baudelaire, la muerte de Dios y, con ella, la desintegración y catástrofe del yo-individual, sublimado en otros tiempos por los románticos, es el acontecimiento poético más importante del siglo XIX. Pero Roca no se instalará en la corriente de los poetas malditos, como ha sucedido con ciertas "vanguardias" hispanoamericanas que con­fían más en la moda que en su poesía. Más bien. cons­ciente de su acercamiento con los expresionistas (así como lo fueron en su momento César Vallejo y Juan Rulfo), Roca ha sabido interpretar ese desplazamiento sutil pero profundo, que se produjo entre una poesía intimista donde primaba un yo-individual, y una poesía, que sin caer en una posición redentora del mundo, tenía en cuenta un yo-colectivo.
Los expresionistas, que padecieron en carne propia el holocausto de la guerra y la deportación, expresaron a través de un lenguaje rico en tonalidades cromáticas (como un hermoso cuadro de Kandinsky), un senti­miento de dolor humano, que no es otra cosa que el dolor de vivir en un mundo caótico y lleno de miserias.
Juan Manuel Roca, como poeta latinoamericano, que no ha escapado de vivir en una región donde la belleza se confunde con la infamia, encuentra a través de un lenguaje revestido de una belleza formal y una musica­lidad matizada de tonos y medio tonos (como un her­moso cuadro de Tapies), una solución al dolor y a la miseria humana, a través del sueño liberador y de la memoria.

Mi ventana nocturna permanece abierta
Para que entren las dulces ahogadas.
Las febriles hijas del sueño.

Dice en 1977, en Los ladrones nocturnos. Doce años más tarde, 1989, en Ciudadano de la noche, y en un poema dedicado al poeta Fayad Jamís, concluye:

La noche cae.
Y cae con ella una estrella en la memoria.
El día está hecho para la desmemoria.

Ante el dolor y el sufrimiento humanos, afirmado por los expresionistas, y donde siempre, como si fuera una constante, quedaba insinuada en su poesía un ma­nifiesto de esperanza y fraternidad, Juan Manuel Roca, como poeta de una época particularmente incierta y sombría, nos revela a través de una poesía visual y rica en imágenes poéticas, la indigencia de la época, con su ruindad y miserias humanas. Parece ser que Roca no sólo compartiera, sino que viviera aquello que alguna vez dijo Heidegger, a propósito de Holderlin, otro ilumi­nado de la noche: El tiempo de la noche es el tiempo de la miseria.

En la noche de caoba crecen los juncos.
En ella escucho la letanía de los ciegos

De ahí que Roca proponga al "tiempo de la mise­ria", la posibilidad del sueño premonitorio y liberador que, en el caso de su poesía y, parafraseando a Borges, cumpliría una doble función: La de ser sueño y al mismo tiempo obra de ficción. Pero dejemos que sea él mismo quien nos precise todo este misterio, a través de su Arte Poética:

... En algún lugar de su obra El Origen de la Locura en Asia Frazer cuenta cómo una tribu que invadía a los Malayos entró en contacto con una desconocida flor roja. Se reunieron, dice Fazer, en círculo alrededor de ella y extendieron sus brazos para calentarse. Tal véz el misterio de la poesía consista en convertir flores en fuego, fundar el mito, atrapar el imposible.