El tumbao de Beethoven (2012): Comentarios

Álvaro Suescún, Fabio Martínez y Fernando Cruz
Foto: María Isabel Casas R.

Textos de la contraportada

El tumbao de Beethoven de Fabio Martínez es una obra multicolor e intensa sobre la vida y la fiesta en Cali, en tiempos urbanos y contemporáneos. El paisaje de la caña y sus esforzados cañeros, la ciudad y sus establecimientos nocturnos, la comida típica, la superchería, la pasión futbolística y el amor de pareja con sus frecuentes cruces e infidelidades, están sometidos a la vivencia febril de la música para ser bailada, porque Cali es una ciudad que danza. Creo que la gozonería predominante en la obra de Martínez, la inclina —como la vida misma— hacia mi consigna del Optimismo frente al abismo. César Pagano

Desde los tiempos de Que viva la música los salso-lectores no nos divertíamos tanto como con El tumbao de Beethoven de Fabio Martínez, una novela abrumada de pasajes discográficos y tumbaos que invocan las melodías que marcaron a toda una generación de artistas, locos y bohemios en este Caribe urbano que es Cali, sin playa ni Varaderos. Gary Domínguez

Ahora Beethoven desde su tumba, retumba con tumbao propio en la prosa de Fabio Martínez. La música no es un pretexto como dijo Rubén Blades, es salsa en el contexto literario que se sudó por allá en los 70s. Es prosa gozada, literatura danzante, es Cali entre hojas, sudores y tambores, con pasión de hedonista cómplice, que sólo tuvo el aditivo de volvernos a llevar a esos días de buena candela y literatura. Sergio Santana Archbold



El Tumbao de Beethoven

Por Álvaro Suescún

En su ya profusa obra literaria, Fabio Martínez maneja conceptos muy arraigados en la sociología urbana del occidente colombiano. Son el acontecer de unos personajes que lucen un rol específico, en el desprendimiento de los hábitos de una soñolienta ruralidad a la que se vieron obligados, vivieron y respiraron en el tránsito a la incipiente modernidad de la vida citadina. “El Tumbao de Beethoven”, su nueva novela, es algo más de esos valores pero en un formato más estructurado, con mayores libertades, y con un gran poder de concisión.

El cataclismo empezó mucho antes de esos años 70s, al final del siglo XX, pero para nosotros, los que conservamos la cicatriz de esas memorias, tiene su punto culminante en la llegada del hombre a la luna, por el significado que tuvo para nuestros sueños esa materialización de todas las teorías de lo posible. De ahí hacia adelante (o hacia atrás, en el fatigante y estéril torbellino que es la vida) la guerra del Vietnam, la fecha inmortal de mayo del 68 cuando los estudiantes se tomaron a Paris, el encanto personal de John Lennon con su timón al mando de la embarcación musical del rock, Kennedy y los Cuerpos de Paz, el Ché y sus míticos cuerpos de guerra, el advenimiento de la minifalda, el cuerpo de Marilyn que sirvió tanto a los empecinados en la paz como a los de la guerra, aquel nuevo concepto bailable ideado por Elvis Presley en la lenta transformación de los blues del Mississipi, para decirnos que es del agua de donde provenimos y fue, montados en los surcos de las olas, por donde llegamos.
El novelista acude a la descripción de lo que pudiera ser una aproximación a las memorias de la agitación urbana de la juventud caleña. Construye una idea, en imágenes literarias, de lo que era la vida a través del baile y de la música de aquellas experimentaciones formales de quiénes eran, y la manera como llegaron a ser, los vallunos de Cali (el valle del mundo) en aquellos años. Su primera gran aproximación se da en el círculo familiar donde todavía están vigentes las costumbres de sus inmediatos ascendientes. Es la esquina, el espacio abierto en los parques miradores, se desenvuelven los espacios que propician el enriquecimiento en la cultura y el deporte, las conversaciones sobre arte y libros, el futbol en los desafíos de barras, los promotores de los encuentros en los cines, las librerías, los museos y, de contera, la rumba en los bares y las discotecas donde se da a plenitud el desafuero, sexo y sentimiento, aguardiente y marihuana, que derivan de una juventud que comenzaba a ser un conglomerado provocado por las rupturas.
En el aire denso del tiempo detenido, con una manera muy personal para interpretar los ideales que regían la conducta y determinaban el trasegar por la vida de ese pequeño grupo de cómplices, Fabio Martínez salta normas y valores, acumulando hechos y evidencias en un gran pretexto para tratar las confluencias de la cultura antillana. Sobre esas cumbres de cenizas de Buenaventura llegó desde las Antillas la cocina musical en su versión de salsa, en formatos orquestales de gran calado aprisionados en elepés. De la misma manera que el episodio aquel del galeón encontrado en un suelo de piedras, encalló en Cali a más de cien kilómetros de tierra firme con su gran cargamento de bombas y plenas, de guaguancós, del jala jala y de los bogaloos, al alcance de todos. Así nos lo cuenta Fabio Martínez en “El Tumbao de Beethoven”.
Es, en estas páginas, donde Beethoven Carabalí crece en su sombra bajo el reflector de la salsa. El protagonista es un negro que reafirma con orgullo su condición de raza en la intensa aventura de la vida, de la música y el baile que se respiró en Cali, en sus ambientes citadinos de goce. Es Cali en los años más intensos, visto desde los ojos de tres parejas que representan los diversos estratos sociales, San Fernando y sus familias de élite, San Antonio en la tradición que perdura desde el intermedio, y el distrito de Aguablanca uno de los asientos más pobres de la ciudad.
En la línea de Qué viva la música, de Andrés Caycedo, o de “Para qué recordar” de Roberto Montes Mathew, estas novelas de época son un homenaje al encuentro de las tradiciones musicales marcadas por la aleación sonora del gran Caribe con sus múltiples variantes. En nuestro país están claramente diferenciadas en Cali, es una rigurosa síntesis el mismo gusto musical del litoral Caribe, por ejemplo, pero con expresiones diferentes en su bailar pero que fueron -y son- el pretexto más a mano, para descubrirnos en los primeros escarceos del amor, y del sexo, en la equilibrada sazón que permite la pimienta de la fiesta.
Desde esta novela se alcanza a ver el cielo de San Antonio y sobre él, las luces como estrellas, nos informan de aquellas postales de la nostalgia alegre, que nunca serán alimento para el olvido. El ruido incesante del viejo trapiche sigue siendo el sustento de esos recuerdos que nos acercan al corazón activo de esos años 70s. Apenas sí podemos evitar que los ojos se nos agüen.



El Tumbao de Beethoven

Por Rafael Quintero

Cuando recibí la novela de Fabio Martínez, lo primero que me inquietó fue el nombre. Es un título comprometido. Dos nombres que ya tienen una significación: el de Beethoven, célebre compositor alemán de la música occidental, y Tumbao, esas acentuaciones irregulares que le dan su distinción a la música latina de raíz afro, y que también anuncian su presencia de tambor, en el movimiento musical de los cuerpos.
Había razones, por supuesto, en ese nombre que le daba una referencia a la novela. Me enteré de parte de su autor que en Beethoven estaba presente, no el hombre occidental, sino la gente negra de Cali, y sobretodo procedente de nuestra región pacífica, que suele colocar a sus hijos nombres ilustres de la historia universal, como: Homero, Anaximandro, Sófocles, Sócrates, Washington, Platón o Beethoven. Anunciaba la novela desde su propio título, que un negro iba a vibrar en su interior. Con mucho Tumbao, claro está, que es el acento de personalidad que el caleño le infunde a la cotidianidad de su vida y de su goce.
El Tumbao de Beethoven es una novela de la Caleñidad. Esa que algunos necesitan de su sustentación, porque parecen verla detrás de la vidriera, sin tocarla, sin escucharla, sin palparla. Pero ha sido la literatura, la única, que ha logrado esos acercamientos necesarios con un espíritu de ciudad, que el discernimiento intelectual ha visto borroso, y que por este medio literario se hace tangible, a través de las construcciones noveladas de la vida vivida. Andrés Caicedo hizo vivir esa Caleñidad, en Que Viva La Música, Umberto Valverde en todas sus novelas: Bomba Camará, Celia Cruz Reina Rumba, Quítate de la vía Perico. Cada una de ellas desde encuadres visuales distintivos: La generación del Rock que emprende su camino hacia la Salsa, y lo encuentra en las sonoridades musicales de Richie Ray, la generación de los barrios populares que se levantaron oyendo la sonora Matancera y que han respirado desde su origen, música y futbol, y también la ciudad de los caleños del narcotráfico. En todas ellas esta Cali, con su vida ligera, frívola, hasta elemental, donde ha crecido avasallante y sin remordimientos una cultura hedonista, donde bailar, la música alegre y la rumba, han sido los fundamentos que alimentan el espíritu de sus vidas y son condición esencial de su felicidad.
La novela de Fabio Martínez, se une a estas novelas de la caleñidad, de Valverde y de Andrés Caicedo, y en ella Cali existe como forma de vida, con sus emblemas de ciudad, como comportamiento y funcionamiento social de una comunidad, como frivolidad, con sus símbolos, sus comidas e incluso como lenguaje directo del habla, pues es una novela conversada en caleño. En ella Cali está presente como historia de una época, que había que contar, como transformación social de un pensamiento de discriminación y tolerancia, de la reinserción del negro en el conjunto de la sociedad, a partir del mismo elemento que ata a todos los protagonistas: el espíritu burlón del goza la vida como hago yo, de la música al cruzar las calles, de la salsa que no puede faltar y del baile que es el tumbao que identifica a la ciudad.
De los protagonistas que recorren la historia de la novela, el gran ganador es el Negro, representado en Beethoven Carabalí, que conquista con el baile a una joven blanca, de familia acomodada, y se compromete hasta tener un hijo con ella. Él es el único de los protagonistas que triunfa en la vida y se hace celebre y respetado en Cali y a nivel internacional, a partir del baile. La otra ganadora es precisamente su novia: Vicky, que sin ningún reparo social o étnico, se hace a su negro. Sueño que muchas señoras burguesas de la más rancia alcurnia, han cargado a cuestas, algunas sin consumar, seguramente desde el tiempo de las grandes Haciendas esclavistas. Esto queda referido en la novela cuando otra señora burguesa, Doña Maruja Garcés de Vallecilla, madre de uno de los tres amigos protagonista, Adolfo Vallecilla, se encuentra con Beethoven en un Festival de Orquestas y ella le pretende abiertamente:

No me digas señora. Beethoven, dígame simplemente Maruja…..me hizo divertir mucho, ¡Negro tenías que ser! Para amacizarme si no te daba pena! Tutéeme que estamos en confianza…ah mi bello Beethoven, ¿Para dónde vas ahora? Podríamos rematar en algún sitio. Bueno Beethoven, ahora no te vas arrugar. Dime, ¿me vas a invitar una próxima vez?

El Tumbao de Beethoven es una novela donde asoma la historia, hecha literatura, con las licencias que da la ficción, sin los rigores de la veracidad y la cronología, y alcanzando una síntesis que interrelaciona multiplicidad de sucesos que tuvieron ocurrencia en la historia juvenil de una generación de caleños, entre los años 60 hasta los 80. Son novelas necesarias, como las de Valverde y Andrés Caicedo, que dan a conocer su ciudad y sus gentes, con un espíritu adolescente, que las hace atractivas para una población joven hábida de conocer su historia y de mirarse en el espejo de su pasado y de sus vivencias más auténticas.
El Tumbao de Beethoven es una novela sin pretensiones intelectuales en su forma, con un estilo ausente de erudiciones y referencias a lecturas de autores o episodios de la historia universal, que la establezca como una pieza intelectual en la literatura. Si se mencionan furtivamente algunos autores y se les comenta, se les invoca para divertirse un poco, para que a Nietzsche, el negro Beethoven lo confunda con El Grupo Niche, para que la mención de Bergman, Roland Barthes, Hemingway o Cortázar, propicien conversaciones divertidas entre los jóvenes o simplemente sean una referencia más, de las temáticas que ellos abordaban en esa época, que podían extenderse desde el psicoanálisis, a Oscar de León o al Lago Freud de Univalle. Estamos ante una novela que divierte de principio a fin, a partir de plasmar el retrato de lo que hemos sido y de lo que en últimas somos. El humor es uno de sus atributos inteligentes y ambienta cada una de sus páginas, como en episodios como este:

(El español Gilberto, ha bailado un pasodoble muy torero y recibe aplausos de la concurrencia):
 Pero los palmares son también para la maja.
 ¿Cómo me dijiste amor? ¿Vaga? Pregunta Blanca que ya está mareada.
No mi Amor te dije Maja. Así se dice en España
Gilberto, ¿tú me dijiste vaga? ¿Tú te atreviste a decirme Vaga? Gilberto, ¡yo no soy vaga! ¡Vaga será tu madre!

Narrada en tercera persona, la novela El Tumbao de Beethoven, está construida y soportada literariamente en el desarrollo de diálogos, que reconstruyen con exactitud el espíritu e idiosincrasia de la gente caleña. Los diálogos son un retrato de cómo se expresan en la conversación la gente nacida en esta ciudad. Así como Sánchez Juliao, pudo escribir El Pachanga, a la manera del habla del camaján costeño o Cabrera Infante pudo reconstruir la expresión verbal de diferentes momentos de la Habana de los años 50 en Tres Tristes Tigres, esta novela en sus diálogos esta hablada en caleño.
La música, el baile, la salsa, el futbol, el equipo América, los lugares y viandas emblemáticas, tal como corresponde a una novela de la vida caleña, es la atmosfera y el telón de fondo de todos los acontecimientos. La música suena por todas partes y el baile es el motor de la vida de los protagonistas y sus allegados. Sin esos elementos vitales, sus vidas no tendrían cabida en la ciudad y no habría historias posibles de la caleñidad. Por eso el triunfador en una sociedad de bailadores, es precisamente un bailarín, que podría ser una metáfora del reconocimiento y del posicionamiento mundial de Cali, a partir de sus bailarines de salsa. Los bailarines representan la sensibilidad alegre de una ciudad, donde bailar la salsa es su tarjeta de identidad ante el mundo. Porque sin baile, sin salsa, ya no es posible que exista Cali.
Fabio Martínez ha escrito una novela con alma adolescente, un texto vivencial para las juventudes que necesitan reconocerse en su historia, para la comunidad internacional que ha hecho de la sucursal del Cielo, un mito por descubrir.



El Tumbao de Beethoven

Por Eduardo Delgado

La música, la pintura o la literatura, marcan, en cada periodo de su existencia, una etapa fundamental del lugar donde nacieron; desentrañan, de alguna manera, el alma de una sociedad, con su entorno y su espacio eocénico donde la ropa, la comida, la música, la arquitectura y su mundus operandi identifican la existencia de una sociedad en su acierto o derrota. Eugenia Grandet, De Balzac, nos muestra el surgimiento de una burguesía capitalista y, la ruptura con la vieja sociedad feudal. El viejo Grandet, se nos presenta como el prototipo del avaro, el miserable personaje que fluye en las corrientes de una sociedad. En La fiesta del chivo, de Vargas Llosa, el vil personaje, el general Trujillo, dictador de Santo Domingo; no solo nos muestra la época de oprobio de un tirano, también su contexto social y humano en todas sus facetas de la vida y la muerte.
Por ello, hay que aplaudir la novela El tumbao de Beethoven, de Fabio Martínez, que logra hacer un fresco del Cali, de los años 70, con un colorido, donde las pinceladas marcan una etapa brillante de la ciudad. Sin lugar a dudas, la década de los setenta, que toma como referencia la obra, es la época donde la ciudad de Cali, brilla con una luz propia, como una ciudad del Pacifico: el gris de su cielos atenuada por un azul fluido entre sombras, propio de una época romántica. La ciudad de Cali, emerge como una quinceañera, bella y lucida, donde la música vibra en un ambiente, diáfana y tranquila. Uno puede percibir, en los cuadros que pinta el autor, una época que fue y se fue. Un paraíso tropical, lleno de juego y cariño. Aquél caleño que habitaba los barrios de San Antonio, el Obrero, Belalcázar, San Fernando, etc., son personajes que adquieren vida, y su forma de actuar, reír y hablar, nos remite, de manera nostálgica, a la Cali vivible, y que la obra rescata, con un pudor exultante.
Lo personajes que se mueven en ese gran escenario de las discotecas, en las calles o en la convivencia, nos van a mostrar, además de sus diferencias de clase, una particularidad que identifica al caleño, además de la música, su idiosincrasia y su generosidad. Como no recordar, las grandes orquestas que venían de Nueva York o Puerto Rico, y que hicieron de Cali, una ciudad de alegría tropical. La Cali, de los años setenta, era una Cali cristalina como los rio que bañaron los cuerpos de la infancia, en medio de comidas y juegos lúdicos. En esta catarsis literaria, la obra de Fabio Martínez, logra rescatar y plasmar con finas pinceladas una remembranza, para quienes vivieron una época, y para quienes puedan soñar, como en las Mil y una noches, unos pasajes donde el humor y la vida le hacen un guiño al lector, al disfrute de leer, un recuerdo inolvidable de una Cali, que bien se merecía le hicieran un homenaje literario, que remonta etapas, que a diferencia de los años ochenta, marcaron el oscuro desarrollo volátil, de una sociedad emergente, que trajo como consecuencia la sangre y el oprobio.
Basta abrir la primera página de El tumbao de Beethoven, para que gocemos, con ese humor que identifica al autor, una época donde la música vibraba en el aire en un acople, que hacen de la vida, algo fantástico y, el espectador de ese cuadro, que no solo admira una época, también participa en el acto creativo al desentrañar, junto con el autor, un mundo, que bajo la palabra, el lenguaje, entra en la interioridad de nuestras raíces étnicas, llevándonos por los vericuetos del amor, amor adolecente que rompe con cualquier estigma social y de raza.
Con una escritura sencilla y ágil, donde la madures del escritor, deja fluir la palabra, el texto adquiere esa musicalidad rítmica, que en muchos casos, no hace necesario que el autor, anote las letras musicales de temas que hicieron bailar al pueblo caleño y, desde su entrada, el texto lo atrapa, como una bella melodía, de una época, hecha realidad. 



Como si haberlo vivido y recordarlo a menudo no fuera suficiente, Fabio Martínez se pone la máscara de Humberto Otero para evocar historias, que cuenta a retazos,  de “la generación perdida” caleña, en su El tumbao de Beethoven publicada por Común Presencia Editores. ¿Perdida dice el autor? ¿Perdida porque por entonces Cali vivió la “caída fatal e inexorable al fondo oscuro de la noche”, la noche de los traquetos? O ¿porque el desencanto pudo más que el amor y la locura? Sólo le quedó la música. Sólo triunfó Beethoven Carabalí Reyna.
Cómo pasar por alto que el amor y la complicidad iban de la mano, piensa Humberto mientras observa la ciudad desde la Colina de San Antonio, extraviado en la nostalgia. ¿Cómo olvidar una época que me marcó, nos marcó para siempre? ¿Cómo borrar la alegría contagiosa de Beethoven Carabalí Reyna, la tenacidad de Vicky Sanclemente? ¿Cómo soslayar la muerte de Jalisco? ¿Cómo echar al tarro de la basura la locura de Adolfo Vallecilla?
Cali de los setentas, de universitarios trotskos, mamertos y maoístas que no han terminado de saldar sus deudas con la utopía. De la salsa dura y las orquestas de Gustavo Quintero; de Nelson y sus estrellas; de Richie Ray y Bobby Cruz con su boogaloo; de la Fania con Celia y Willie Colón. Piper Pimienta y “Las caleñas son como las flores”. Rumbas de Amparo Arrebato y Bethoven con su swing de bailadores natos. El Cine Club del San Fernando, lugar para encontrarse. La Tertulia y sus artistas. Y sus calles junto al río que caminamos hablando hasta el amanecer.
Se cruzaron muchos amores.  Era frágil el límite entre la amistad y el erotismo: la épica de la revolución acercaba al deseo. Beethoven Reyna Carabalí, negro de Aguablanca enamoró a la rubia Vicky, hija del prestante doctor Sanclemente, antes novia de Adolfo Vallecilla. Jalisco, mujeriego y militante del Partido Comunista, asesinado en 1971, compañero de Bertha, amante de Violeta. Alguna vez salió con Bertha, de botas pastusas. Diez años después Humberto rememora estas y otras aventuras.  No consigue deshacerse de la imagen de Violeta, al centro de sus fantasías. ¿Cómo no quererla más, cómo dejar de esperarla?
Cali dejó de tener sentido cuando Violeta, huidiza y embarcada en mil romances, lo abandonó porque bailaba con una mujer en Los Compadres. Quizás Humberto dejó a Violeta por una chica de los narcos; o a Violeta la desaparecieron los hombres invisibles, se fugó con su psicoanalista argentino o se fue a vivir a París. Porque este retrato de época trazado por Martínez es, antes que nada, una historia de amor. De amor que a veces es tragedia y muchas veces carcajada; amor doble o múltiple: a la ciudad, a los amigos, a las amigas, a partir de los cuales creó sus personajes. Y, claro, a Violeta fija en la memoria de Humberto, trepada en el árbol de mango de la infancia arrojándole uno, biche, a la cabeza. Violeta incomprensible y fascinante. Marcándolo a fuego para siempre. “Desde aquel instante Humberto aprendería que Violeta González era una niña salvaje que le gustaba ir a todas partes sin calzones”.
Pasión por Violeta que al faltarle ató a Humberto a una silla de ruedas. Paralizado, como el país de la droga y la desidia. ¿Cómo escamotear, se dice, mi tragedia personal, que hace parte de la tragedia nacional, y que me postró a estar de por vida en una silla de ruedas? Muchas cosas dicen las malas lenguas sobre su invalidez. Pero lo cierto es que empezó a tullirse cuando perdió a Violeta.
Humberto deja de divagar. Una mujer sube por la colina de San Antonio.  Mediana edad, pelo negro, ojos carnosos. Su falda, levantada por el viento, deja ver su sexo. El añorado sexo de Humberto. Es Violeta que regresa.
Hacía falta la escritura desde la memoria de Fabio Martínez. Pero son necesarios otros relatos…




El tumbao de Beethoven

Por Alonso Aristizábal

El Tiempo, Lecturas Dominicales, 3 de octubre 2012



El tumbao de Beethoven de Fabio Martínez (2012) es una novela como un homenaje a la banda sonora no solo de Cali sino del país entero de los setenta con la salsa, los boleros y músicos como Lucho Bermúdez. Y esto sucede como en sus libros anteriores en los cuales se ocupa de Balboa e Isaacs, que en esencia se constituyen más que en dos grandes aventuras, en realidades con incidencias sociales importantes. Con ambos habla de los hijos de Balboa y del Paraíso pensando en la forma como estas historias se proyectan en el tiempo como personajes. Pero hay que reconocer que la fiesta sí fue en Cali. Y por lo mismo el autor se refiere a su obra como una novela caleña porque esta ciudad se convierte en el lugar de la celebración.
De todas maneras la novela tiene un compromiso fundamental con la memoria y con el lenguaje popular. Y en este sentido unen en ella imaginación e historia como la forma de adentrarse en las verdades esenciales de nuestra identidad. Están allí las memorias del escritor que se convierten en memorias de su ciudad y de una época. Y esto llama la atención porque en tales casos no se trata de la visión del yo sino de este con relación a su contexto sociocultural. Con eso quiere decir que dicha novela se construye con el destino de cada uno de los personajes como miembros de un conjunto social.
Por eso Carlos Fuentes afirma que imaginar es recordar. Y creo que también pensar como lo expresaron Camus y Sartre. Y digo esto porque es lo que hace el escritor a través de su literatura al crear una obra que parte de sus raíces culturales y sociales. Desde el título, el autor pone sobre el tapete algo como que es posible ser moderno y hasta posmoderno y auténtico a la vez.
A través de varias décadas se ha hablado de Cali musical como un tema que no paramos de imaginar a manera de ideal, y que se ha vuelto inagotable como hecho sociocultural que esta novela pretende cerrar. Y en este sentido, se construye a partir de una tradición para decir qué ha ocurrido después, y en ello sus grandes alcances como visión real de un fenómeno.
El autor hace del relato una pasión y estremecimiento de una generación, dados por alguien que ha mirado esta urbe como referencia constante a través de muchos de sus recorridos por el mundo. Su deseo es apenas aludir a una realidad en la cual la gente está de por medio.
Por eso creo que esta novela muestra cómo la grandeza de una región contruída con sus melodías, ha salido airosa y enriquecida con su propia experiencia.
Quiere decir que la música si fue una coraza para defenderse. Y por eso hay un capítulo con un título significativo: “Diablo tú no puedes conmigo”. Su principal preocupación, ser fiel a la voz regional como aparejándola con la música y el alma de la gente. Hablar para esta significa aferrarse a su identidad. Y esta también es música.
Es un relato con la madurez del escritor. Los años setenta fueron de turbulencia política, y dentro de la cual la música posee un significado especial como lo expresa esta obra. Escrita a través de un hilo muy delgado que sobrepasa a sus propios antecedentes, como reconociendo que se hace imposible hoy ser original porque tenemos una tradición que nos determina. Escrita a manera de collage con diferentes estilos que marcan distintos momentos de la historia.