Cuerpos y máquinas electrónicas

George Orwell

Por Fabio Martínez

Cada vez que en el mundo se originan des­cubrimientos científicos y tecnológicos, en el imaginario colectivo se produce una es­pecie de ilusión y enamoramiento con el objeto descubierto. Luego, con el paso del tiempo, al tomar la distancia necesaria con dicho objeto se producirá una decepción, y se mirará la cosa descubierta sin apasiona­mientos otorgándole su preciso lugar en el mundo, su uso real, y sus limitaciones. Esta etapa marca el final del mito y el comienzo de la reflexión. La nostalgia del objeto per­dido.
Mientras estamos en el primer período vamos a crear un fetichismo frente a éste, que dará origen a los mitos del hombre y la mujer contemporáneos. Sólo es en la segun­da etapa -el período del distanciamiento- cuando aparece la crítica o invención de una teoría sobre el objeto descubierto.
Esto fue lo que sucedió en la época de la revolución industrial cuando se descubrió la maquinaria pesada, que sería el soporte material de la sociedad moderna. Esto mis­mo es lo que está sucediendo con los recien­tes descubrimientos tecnológicos como el teléfono celular, el computador y la internet, que serán los soportes materiales de la sociedad del siglo XXI.
En la época de las máquinas heavy, hubo necesidad de inventarse una teoría para re­gular la relación desigual entre el hombre y el objeto, entre el cuerpo y la máquina, pues de otra manera esta última -con su in­mensa fuerza y potencialidad- terminaría devorándolo. Fue así como surgieron las teorías sobre el trabajo y el capital, y la obra literaria de George Orwell y las películas de Charles Chaplin contribuyeron a desmi­tificar los propósitos antropofágicos que anunciaba la sociedad industrializada.
En la etapa actual de auge de las máqui­nas light, se hace necesario inventar una teoría que permita regular la relación entre el hombre y la pantalla del computador, entre el hombre y la internet, es decir, en­tre el ser humano y la realidad virtual por­que de otra manera podríamos terminar ya no devorados por un micro-computador sino borrados por la tiranía de la imagen vir­tual, y nuestra vida cotidiana convertida en la del parásito que se alimenta de informa­ción (que no es saber), y de basura publici­taria.
El riesgo de la imagen no sólo está en el efecto de fascinación que produce al reflejarse en la pantalla sino en su pretensión de tomarse como real. Por esto siempre ha sido privilegiada por los políticos, las reinas de belleza y los animadores-payasos de la televisión. Los políticos ya no se interesan por dirigir e impulsar un programa sino por cuidar su "imagen.
Los descubrimientos tecnológicos ante­riores como la imprenta, la máquina a va­por, la máquina eléctrica, el auto, el avión y el cine estuvieron precedidos de una re­flexión permitiendo una orientación, y una mejor "racionalización del objeto.
Hoy en día, el hombre sabe que el auto se inventó para ganar tiempo (vana utopía, de ahí la cantidad de muertes por accidentes de tráfico) pero también sabe que es un sím­bolo sexual, de reemplazo de nuestra virilidad. El avión se inventó para viajar, y tam­bién para retar al sol, como el imprudente de Ícaro (de ahí la cantidad de accidentes aéreos). El cine es una máquina de proyec­ción de imágenes, y es remedio para aque­llos que tienen una mirada catobéplica, como el autor del artículo.
En el siglo XVI Paracelso inventó el homúnculus, que era una máquina que servía para prescindir de los servicios de las da­mas porque ya intuía la intransigencia de las feministas radicales del siglo XX.
Lo curioso de la tecnología virtual es que nadie la critica. Parece ser que existe una incapacidad intelectual para reflexionar sobre ella. El fetiche de la imagen es tan grande que no admite discusión. La litera­tura, el cine y el arte por el contrario cons­truyeron una crítica que sirvió desde un comienzo para orientar y educar al lector.
Aparte de la polución de información y de basura publicitaria, ¿de qué habla la internet?
¿Cuál es la teoría que nos va a orientar cuando leemos a través de los medios? ¿Qué uso le podemos dar a la internet para bien de la sociedad? ¿Qué nos dice la ima­gen de tv, y qué nos oculta?
Según Baudrillard, hoy en día todo lo que no aparece en la televisión no existe.
Aparte del uso narcisista que le damos a la pantalla del computador (es un espejo en el que continuamente nos miramos), ¿cómo podemos darle a esta máquina un uso social, que sirva realmente para que la gente viva más cómoda, y salga de la mi­seria intelectual a la que la tiene sometida la realidad real? ¿Cuál es la reglamentación ética que debe exigírsele a los monopolios de la comunicación para proteger la edu­cación de los niños que tienen acceso a la internet?
Parece ser que con la tecnología virtual hemos llegado a la sociedad light, wonderfull, donde todo es nice fnny, y acrítico. Esta es la mitología contemporánea que se creó alrededor de las recientes tecnologías. El nuevo imaginario naif, que banaliza todo, la realidad, el hombre, la mujer, la po­breza, la violencia, la guerra.
Por supuesto, todos sabemos que la ciencia, que es productora de tecnología es más seria de lo que dice el imaginario que ge­neran los medios de comunicación, y en este sentido los nuevos descubrimientos tecnológicos deben contribuir para crear un mundo mejor y una sociedad más armóni­ca.
En nuestras sociedades donde casi siem­pre no se trata de transformar un mundo sino de estar a la moda, esta discusión sobre las nuevas tecnologías debe empezar a reali­zarse para que bajemos del mito a la reali­dad, y adecuemos los nuevos avances tec­nológicos a nuestra realidad social.
La ciencia y la tecnología, sean pesadas o livianas, reales o virtuales, deben integrarnos en vez de separarnos, deben cortar las distancias que existen entre el norte y el sur, el centro y la periferia, la capital y la provincia, el campo y la ciudad, la miseria y la riqueza.                                 
El esfuerzo científico y tecnológico de la humanidad ha sido demasiado grande para que el teléfono celular solamente cumpla una función snobista, de arribismo social, en vez de servirle a un hombre de negocios, a un médico de un centro asistencial, o a un dirigente de una comuna.
El celular se inventó para comunicarse, y para los hombres y las mujeres que ha­blan solos en los autos y en las calles.
La internet se inventó para cortar distan­cias, y como remedio para solitarios.
El esfuerzo de la ciencia ha sido demasia­do costoso para que sólo lo utilicemos como consumo de basura publicitaria y pornográfica.
En Canadá, la preocupación del Ministe­rio de Educación y de los padres de fami­lia es que sus hijos no caigan en la publici­dad de las compañías porno, que de acuer­do con la "libertad" del mercado ofrecen a través de la internet diez mil servicios vir­tuales. En una encuesta de una revista nor­teamericana se afirma que de diez mujeres casadas, seis pidieron el divorcio (¡con ra­zón!) porque sus maridos preferían conec­tarse a la internet, que con su pareja.
Debemos empezar a quitarle la carga mí­tica y fetichista que le han otorgado los medios de comunicación a las nuevas tec­nologías, y apropiarnos de ellas. Es cierto. Con la internet se puede "navegar por el mundo", pero todavía sigue siendo más emocionante coger un barco, atravesar el Cabo de la Buena Esperanza, y llegar hasta Samarkanda. La internet, así como las nue­vas tecnologías debe socializarse, y contribuir a disminuir esas distancias atroces, esas desigualdades tan visibles y reales que to­davía siguen vigentes en Colombia y Amé­rica Latina.

Montreal, marzo de 1998