El cuervo blanco - Rufino José Cuervo

Rufino José Cuervo

Por Fabio Martínez

Don Rufino José Cuervo es uno de los hombres más importantes del siglo XIX debido a que desde muy joven se dedicó a una empresa colosal que apenas comienza a ser reconocida en el mundo hispanoamericano: el estudio de la lengua española. Cuervo inició la escritura de esta babel de las palabras, en Santa fe de Bogotá, cuando tenía veintiocho años, y no la pudo terminar porque La Parca se le atravesó en París, en 1911.
El más grande filólogo y erudito que ha dado Colombia, le dedicaría cerca de treinta años al estudio de la lengua hispanoamericana, que se plasmó, finalmente, en el famoso Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana.
Ésta, justamente, es la biografía que hoy nos trae el escritor colombiano Fernando Vallejo, bajo el sugestivo título de El cuervo blanco. Título que el biógrafo tomó de una carta que le envió a don Rufino, el lingüista alemán, Friedrich August Pott, y donde, al referirse al joven lingüista bogotano, lo bautizó con el nombre de corvus albus.
La biografía de Vallejo es una intensa pesquisa por este personaje, que el dieciocho de mayo de 1882, en plenas guerras civiles y pugnas por el poder, decidió viajar a París junto con su hermano Ángel, para no regresar.
En medio del aquelarre de cuervos negros que hacen parte de la fauna predadora del país, Vallejo escogió para su exégesis, a un cuervo blanco, que ha pasado desapercibido entre nosotros, pero que diariamente está presente en nuestros sueños y en nuestra vida cotidiana. O acaso, ¿el lenguaje no es el motor principal que anima nuestros sueños y llena nuestros actos? ¿Acaso el lenguaje no está presente en nuestros actos más íntimos de la vida?
En esta ocasión, el biógrafo colombiano que ya había incursionado en las vidas de Porfirio Barba Jacob y José Asunción Silva, decidió escoger a un católico, solterón y sin hijos; como era don Rufino, y como creo que es el mismo Vallejo: un moralista que vive renegando de su propia fe.
Después de hurgar en la vida de un heresiarca (Barba Jacob, el mensajero) y de un gran poeta y sableador (Silva. Chapolas negras), Vallejo escogió, en esta oportunidad, a un santo. Por esto, su biografía, como él mismo reitera, no es una biografía en el sentido estricto, sino una hagiografía. Es decir, es la historia de un santo; es la historia de San Rufino José Cuervo, que en medio de las guerras civiles y los sablistas que le vivían pidiendo prestado dinero en Bogotá, tuvo que exiliarse en Paris, para dedicarse a estudiar la lengua castellana.
Por el libro de Vallejo discurren muchos personajes de la historia del país, que fueron determinantes, a la hora de definir el rumbo de una nación, que se ha hecho a trancas y barrancas. Allí figura su hermano Ángel quien tenía un diario e iba consignando en éste, las ciudades europeas que visitó junto con Rufino; las relaciones que tuvo el políglota bogotano con los lingüistas e hispanistas de la época, como: A.F. Pott, el sabio orientalista Sr. D. R. Dozy, Raymod Morel-Fatio y Emilio Teza; su relación con el romanista ruso Boris de Tannenberg quien le pidió dinero hasta el final de sus días, y por esto, cuando don Rufino murió, se sintió culpable y escribió en pago un libro titulado Cuervo intime; figura el poeta José Asunción Silva, pidiendo más plata; el poeta Rafael Pombo, otro laico-santo, según la hagiografía de Vallejo, que para huir de las guerras colombianas y de los pedigüeños, se refugió en Estados Unidos.
En la extensa biografía aparece el arabista colombiano Ezequiel Uricoechea quien en su búsqueda tenaz por estudiar las lenguas orientales, murió joven en la ciudad de Beirut; y figura su amigo de infancia Miguel Antonio Caro, quien, contrario a los ideales de los hermanos Cuervo, llegó al podio presidencial, augurando dos desgracias que han sido nefastas para el país: la guerra de los mil días y la venta a los gringos del canal de Panamá.
A lo largo de treinta años, don Rufino José Cuervo sólo alcanzó a escribir los dos primeros tomos que van de la letra A hasta la letra D, dejando miles de fichas para que los lingüistas posteriores continuaran esta magna obra.
Antes de morir, dejó, así mismo, en su testamento, órdenes precisas para que su trabajo, su biblioteca y sus cartas, regresaran a Colombia, porque este era el único legado que le tenía al país. Las ochenta y ocho cajas, cuidadosamente embaladas, entraron por Barranquilla y apenas llegaron a Bogotá, fueron saqueadas, dejando 287 sobres vacíos, que aún conserva el historiador Juan Camilo Rodríguez, amigo personal de Vallejo.
En 1942 se fundó el Instituto Caro y Cuervo, y tenía como misión, terminar el diccionario; esta tarea finalmente se concluyó en 1992. El diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana consta de ocho tomos y 8.000 páginas y se puede consultar en CD-Rom. En 1999 el Instituto obtuvo el Premio ‘Príncipe de Asturias’ de España, gracias al diccionario iniciado por don Rufino José Cuervo.
La hagiografía comienza en el cementerio de Père La-chaise de París, donde reposan los restos de los hermanos Cuervo; hasta allí fue Fernando Vallejo para seguirle los pasos a un colombiano ilustre que, en su momento, le sirvió al país y al mundo hispanoamericano.