![]() |
Eduardo García, Fabio Martínez, Julio Olaciregui e Ivonne De Greiff |
Fragmento del Diario de un Cali-grafo de Fabio Martínez iniciado en París, una mañana tibia de mayo de 1984.
Libro 1:
Diario de un metrómano
París, viernes 11 de mayo de 1984
Once monedas que recibí en el metro me
han servido para hacerme a este cuaderno y poder escribir. Mis manos aún huelen
a cobre barato. Nada extraordinario, como dicen los diarios; a excepción del
mismo cansancio de todos los días. Cinco horas de trabajo embrutecedor en un
vagón. Un vagón y dos canciones. Todavía siento el ruido de los rieles en la
cabeza; lo demás, el mismo cansancio; dos meses sin poder escribir, odiándome
un poquito, encerrado en un nudo ciego de ideas locas que no explotan.
Esperando a Nadie. Con ganas de partir; pero ¿a dónde? ¿A Barcelona? ¿Colombia?
Cerremos este día por hoy y salgamos a
ver qué pasa en la noche; qué secretos nos esconde.
Martes, 14 de mayo en la mañana
A media hora de aquí está la estación
Odeón. A mi lado está el clarinete afinado que me espera para poder vivir.
Muerte entre rieles. El metro es un oficio para buzos. Acaba con la cabeza, la
daña. Es lindo ver un músico de metro, realmente es muy linda la música entre
un pasillo oscuro y fétido. Acaba con la tristeza de cada transeúnte, pero
¿quién acaba con la tristeza del músico?
Ayer no trabajamos; después del
almuerzo en Mabillon, fui a la cita, me senté en el muelle y los esperé
mientras abría Les enfants terribles
de Cocteau; a los cinco minutos vinieron y los palomos, con los que toco, no
traían la guitarra sino ese cuatro que cuando suena hace un ruido espantoso.
Habían trabajado en la mañana y
seguramente estaban cansados. No dije nada y regresé a mi cuarto. En la tarde
templé algunas melodías que me van a dar cobre para mañana. Eduardo, el viejo
pintor peruano, de al lado, tocó en el muro que me separa, protestando. Me
dieron ganas de estrangularlo y toqué más fuerte sin hacer caso de los matices.
Si toca a la puerta, me dije, lo mando a comer mierda. ¿Acaso no sabe que yo
vivo de esto?
Después me puse a pensar en la cama,
como hace tres meses, y de pronto, como si estuviera iluminado surgió la
historia o se completó, mejor. La historia de la novela que quiero escribir
desde que llegué a los Parigis, hace tres años. En el resto U. había surgido un
personaje. Me había dado dolor saber que estaba perdiendo el humor, que todo
era ahora un dolor y muchos, y de pronto, surgió ese personaje, la sombra de
ese personaje, el hombre FAKIR y me reí en voz alta y los otros comensales se
rieron de mi. Así fueron surgiendo las cosas; después de que la iluminación
llegó me dieron ganas de beber una cerveza, no de emborracharme; de beber, de
festejar; así que bajé pero de un momento a otro, cambié de rumbo. Me dije:
¿Por qué no visito a R.?
Sabía que R. andaba muy mal; quería ir
a limpiarle su cuarto fétido, hacerla que se bañara, comprar un cuaderno de
escuela, un “Gilbert Jeune” como éste, y ponerme a copiar sus poemas, pasarlos
en limpio, limpiarles la mugre y las manchas de sangre y ver la posibilidad de
publicarlos. Una bella manera de que ella salga del trounoir.
Llegué a Trocádero y decidí continuar
por la Kleber. En Trocádero es difícil colearse en el metro. Llegué a Gare de
L’yon entusiasmado por la historia, quería hablarle a R. de mi nuevo hallazgo
literario, aunque no le iba a contar la historia (es superchería) y contagiarle
mi espíritu arrollador.
Me detuve en su puerta donde hay una
placa en memoria de una mujer francesa asesinada por manos nazis, pero la
puerta tenía código y no pude entrar. Anoté lo que leí en la placa, en mi
libreta personal y esperé a que alguien entrara o saliera. Al final salieron
tres mujeres y pude entrar. Subí los tres pisos, timbré varias veces; pensé que
R. seguía durmiendo sus depresiones y no quería abrir. No sé, al final me cansé
y le dejé una nota en un tiquete de metro que tenía más rotos que un anjeo.
Salí, llovía, volví a coger el metro.
Me compré un pedazo de Brie, un pan y una coca-cola y me encerré en mi chambre
a comer.
Seguí leyendo Paris, brute-t-il? Y me dormí.
Barcelona, 7 de junio-1984
Barcelona tiene nombre de barco.
Harmonía total con Cuervo. ¿Quién puede pelear contra Cuervo? Un santo en el
infierno.
No traje la botella de mezcal porque
no tenía dinero. Ahora Cuervo sufre porque le toca hacer encuestas. Esto es
duro para un ser tan sensible. Vivimos en el barrio chino. Por primera vez me
doy cuenta que Cuervo sufre de asma; como el Che.
El mar lo he visto desde la ventanilla
del bus.
Barrio chino, barrio de putas y de
malevos. Ideal para escribir. Pero, ¿con qué fuerzas?
Magil es un ser emprendedor,
trabajador. Eso es lo que me une a él. Participo como músico en la obra que él
dirige y que se va a estrenar en Los cuatro gatos, el bar de Picasso.
Madrid, jueves 19 de julio
Me sigue persiguiendo la misma luz
transparente y rara de Barcelona. Madrid se me hace una ciudad familiar,
cercana a mis pasos y a mis intenciones. Pero no es cierto. Ahora recuerdo que
alguna vez pasé por aquí. Pero iba sólo de paseo. Ahora es distinto. Ahora voy
a vivir Madrid y Madrid va a vivir en mí como una novia deseada.
Carlos Bernal y Mercedes, la española,
nos tenían una casa en la calledel Infante. A la izquierda hay una bodeguita y ala
derecha, una casa de putas, “discretísima”. Estamos a un paso de Sol. Bravo,
Alcaraván.
Ayer estuvimos reunidos y yo quedé
oficialmente integrado al grupo de teatro. Compartiré convivencia y entraré en
el reparto de “Soldado raso” y la “Balada de la liberación”. Hay mucha cremura
con >Bernal. Siento una corriente positiva, fresca y tierna, que no me es
ajena. Me gusta la amabilidad de los madrileños. Me gusta llegar a un bar,
pedir una “cañita” y enseguida ser atendido con una discreta tapa.
Los ensayos aún no han comenzado, pero
ya está prevista la sala del grupo “El tragaldabas” de Vallecas.
Somos siete en una casa que es para
cuatro. Es por esta razón que la novela seguirá padeciendo estos “tropiezos
insondables”. Dommage. Pero aspiro a
poder alternar la escritura y el gesto. Esto es lo más importante, creo en este
año.
Hoy ha partido una carta, como una
mariposa de verano. Destino: Barcelona. A: Germán Cuervo, maese.
Aquí, en Madrid, también se encuentran
calles y plazas de nombres sorprendentes y poéticos. ¿Qué opináis de la Plaza
del Matute?
En mi vida ha habido un cambio
cualitativo. Pasamos del barrio chino al centro de Madrid. Eso quiere decir que
estamos “progresando”.
Cartas-mariposas por escribir:
-Carta a Eduardo Márceles Daconte y
copia del cuento “Un clarinete para Leyton”, a ver para qué sirve.
-Carta a Gloria anunciándole mi nuevo
domicilio. ¿A Gloria Luna?
-Carta a Elvia, mi madre.
-Carta a Claire Brown.
-Carta a <Yolanda Vivas, para
envenenarla, en el mejor sentido, el oído. Necesitamos una buena actriz, como
ella, para Alcaraván.
-Carta a Kris, mi querida y amante
lejana. Bubúbúbúúú.
-Carta a Mike Logan, para reírse un
poco y conocer mejor la “Irlanda
dechirée”.
-Carta al escultor Alfonso Díaz Uribe
para declararle, una vez más, mi ternura y mi amor que tengo hacia él.
Cali, viernes 19 de octubre-1984.
Cámara de Comercio. 7 de la noche
Hombres mágicos, rostros transparentes
y bellos que acaban de salir de una convulsa pesadilla. Olor a caña a tierra
humedad: Lucho Marín, Farías y Orietta Lozano, seres inagotables y tiernos.
Aquí están todos reunidos. Compartir
un trago con estos seres mágicos. Están todos: Fernando Cruz, mi maestro;
Umberto Valverde, Medardo Arias, el grande (me cuenta que está escribiendo un
poema muy lindo); Elvira Alejandra Quintero; Ana Milena Puerta; Aníbal Arias,
(el más irreverente); Laureano Alba, el covero
mayor; Hernán Toro; Octavio Paz (el bueno) con su bigote daliniano; y Oskitar
Campo, y sus historias macabras.
Macalí, lunes 22
Vuelvo a Cali, la ciudad de la
perdición. Los árboles han crecido y las mujeres son más bellas. La tregua,
Corinto, el M-19: todo ha sido un avance político. Sin embargo, hay más miseria
pero la gente no se entrega. El humor y la danza siguen en pie.
Cali, jueves 25 de octubre-1984
Murales gris plomo y mesitas cuadradas
rojas. La luz violeta que cae del cielo raso, sugiere un espacio íntimo. En una
pared, cuelga un cuadro de Muñoz donde están un par de viejitos bailando un
bolero. Los ojos pardos y las pestañas encrespadas de Rafael Quintero, me miran
desde la barra del bar: es Convergencia.
“Aurora de rosa
en amanecer
nota melosa
que tocó el violín”.
“¿Te gusta esta carátula? Es un disco
de Celina; se llama Santeros”. Me dice Rafa mostrándome un LP que tiene en sus
manos. “Escucha esta versión de A Santa Bárbara, es original; y la voz metálica
de la negra me golpea el alma.
Arriba, en Los Turcos, están los
poetas bebiendo aguardiente de caña: los poetas Antonio de Zibarí, Julián
Malatesta, Aníbal Arias y Fernando Rendón, y alguien de barba, que siempre lo
critican porque trabaja con el gobierno. Es funcionario o algo así, y se dice
ser “escéptico”. La pilas de canecas de aguardiente están arrumadas sobre la
mesa.
Regresamos a Convergencia; allí, a ese
lugar donde el ser más miserable se engrandece; donde nos toca la sincopada
música caribeña; donde el amor y la ternura nos arropan con su canto.
Al final, nadie tiene plata. Rafa nos
hace firmar un “vale”. En un taxi, voy a dormir donde mi tía Aura. Llevo de
huéspedesa dos poetas borrachos: Aníbal Arias y Antonio de Zibarí.