El Escritor y la bailarina (Cuentos, 2012): Comentarios

Guido Tamayo, Fabio Martínez y Antonio Correa Losada


El Escritor y la bailarina

Por Guido Tamayo

Lo primero que es necesario reconfirmar, al acabar de leer este libro de relatos, es que Fabio Martínez es un escritor, un animal moribundo —para parafrasear a ese otro animal moribundo, Philip Roth—; es decir, un hombre que imagina, recuerda y de ello hace ficciones.
La imaginación de Martínez, de forma evidente, tiene que ver con su tiempo, el tiempo de su formación sentimental e intelectual en la Cali de los años setenta, primordialmente, y las de los ochenta en su viaje de aprendizaje a Europa. De ambas experiencias y, por supuesto, de sus lecturas preferidas y de su mirada a este presente descuadernado, atípico y antiutópico, nacen los cuentos que conforman este libro. La mirada del autor sobre el mundo que recrea está tamizada por una sabiduría: la del humor. Es difícil hallar un relato en donde no brille la picardía, el guiño al lector, la broma abierta o la sátira con nombres propios. El humor le otorga, entonces, a estos relatos un tono, una distancia crítica e inteligente, una actitud antisolemne. El pasado aparece como una aventura iniciática: las calles, los bares, la música, la  sensualidad de una Cali aún no mancillada por los caballeros del narcotráfico y por lo tanto, hermosa,  espontánea, casi idílica, si no fuera porque Fabio Martínez, no cree en el paraíso terrenal. Años después —parafraseando esta vez a “Gabo”—, ese mismo paisaje será más infernal.
Y ahora, en este presente soso, los amigos de antaño se reúnen para intentar recobrar lo imposible: la felicidad de los viejos tiempos, pero terminarán en un burdel de la ciudad reiterando un rito ya un tanto aburrido, casi desestimulante como sucede en el cuento titulado “Hasta el fin de la guerra”. Un relato sobre el doloroso ejercicio de la nostalgia.
Uno de los dardos más atinados en estos cuentos, de los varios lanzados en el libro, va dirigido hacia las relaciones de pareja: el matrimonio es un escenario secundario, renunciable, no equiparable al del bar, más libre y sugestivo, como leemos en “Busco apartamento con bar incluido”. En los relatos “Los ensayistas del parque del perro”, “La noctámbula”, “La novia de Nosferatu” y “la joven”, la pedantería intelectualoide, la libertad sexual, la intromisión maniaca de los celos, hasta la inocencia, son tropiezos poderosos para realizar la tan esperada estabilidad sentimental que, como un espejismo, buscan las parejas.
Este conjunto de cuentos está atravesado por una insatisfacción, como decía, permeada por el humor y por otro elemento central: la imaginación que corre a instalarse en los territorios de la fantasía, la ciencia ficción y cierto decorado gótico. “Un gato ha entrado a mi sueño”, “Strobe light”, “Ataúdes de terciopelo azul” y “La mujer y los lobos” se desarrollan en un clima fantástico que habla con precisión sobre las estrechas limitaciones de la realidad. La soledad, la violencia, la inefable búsqueda del amor, el paso del tiempo. Comentario final merece la figura del escritor y sus controversias con el mundo. Fabio Martínez  conoce muy bien la patética vanidad de los hombres de letras, su narcisismo compulsivo, su mendicidad a la hora de acumular aplausos, reconocimientos, elogios del mundo. Pero también el autor sabe de la otra cara: la soledad de ese individuo frente a sus textos, sus dudas, su universo cerrado y casi que autista. La marginación de su oficio, el desinterés de la sociedad por su trabajo, su desconexión vital con el entorno, en fin, las dos caras de esos animales moribundos que imaginan e inventan otros mundos. Ser escritor es quizá tener que enfrentarse a esos dos extremos: el de la soledad y el de la búsqueda, en general dramática, del reconocimiento. El relato que le da título a este libro, “El escritor y la bailarina”, plantea este dilema, pero no se enreda en falsas trascendencias sino que se ríe, se burla de ese afán tan humano y mezquino de ser reverenciado como autor. El contrapunto honorable de este planteamiento será el del cuento “La joven”, en la que un discreto (redundancia) corrector de estilo establece una relación amorosa con una joven lectora. No sé si sea este el destino que nos deparará el tiempo, pero será bienvenido.