Primer
capítulo de El fantasma de Íngrid Balanta
de Fabio Martínez
Los fantasmas son eternos personajes que aguardan, con solitaria
impaciencia, que su historia vuelva a ser contada. Eduardo Chirinos.
El fiscal Holmes llamó a su mujer por el celular, y cuando ella le
dijo que aún no había terminado de hacer sus compras, decidió tomar la
autopista sur sin rumbo fijo. Hubiera preferido regresar a casa, besar a su
mujer y acariciar a su gato Lunero, pero era tanto el miedo que llevaba, que prefirió
hundir el acelerador y no pensar en el sufragio que hacía unos días le había
llegado a su oficina y en el cual un grupo de paramilitares lo había amenazado
de muerte por sus investigaciones relacionadas con la masacre de El Edén.
Aquella
noche, Holmes corría como un fantasma por la autopista negra de asfalto, y no
estaba muy seguro de si estaba vivo o estaba muerto.
La
autopista, que era de cuatro carriles, estaba dividida por un zanjón de aguas
negras. Subió la ventanilla del auto para evitar el olor nauseabundo que salía
del caño, y entonces tuvo la imagen terrible de él, recostado sobre el timón,
con un tiro en la cabeza, mientras el auto se hundía lentamente en las aguas
putrefactas que corrían a lo largo de la autopista.
En
el fondo negro de la ruta alcanzó a divisar un letrero de neón, y decidió
parar: “Jenny’s”.
Un
negro vestido de frac y corbatín rojo se acercó al auto, y lo invitó a entrar.
“Este
es el lugar seguro que necesita un hombre como yo”; pensó, y no había terminado
de acomodarse en la poltrona de las caricias cuando llegó la patrona, y se
presentó:
—Hola,
soy Jenny. ¿Le llamo a las muchachas?
—Sí
—dijo Holmes— y por un instante se sintió ridículo, al saber que un hombre
casado como él, con un hijo profesional, con un gato, y con la investidura que
tenía, estuviera sentado en un burdel. Pero enseguida lo justificó, pues su
vida, de una semana para acá, cuando recibió el sufragio, se había convertido
en un laberinto sin salida.
“De
pronto en este lugar encuentro un momento de paz y sosiego que no tengo en la
oficina ni en ninguna parte”.
No
había terminado de pensar, cuando la mujer vino con una botella de ron, un vaso
y una hielera, y anunció a las muchachas:
—
Son de todas partes del país —Dijo—. Siéntese con confianza que esta es su
casa.
Cuando
una por una se fue presentando, se dio cuenta de que la patrona no había
mentido.
Había
blancas, indias, trigueñas, negras y mulatas.
—Mucho
gusto, me llamo Dalila —dijo la primera de la fila.
—Hola,
soy Lina —dijo la segunda.
—Qué
tal, me llamo Viviana —se presentó la tercera.
—Mucho
gusto, soy Íngrid –dijo la última.
Holmes
sabía que aquellos nombres eran falsos, y le causó risa.
Cuando
la última muchacha se presentó, Jenny volvió hacia él y dijo:
—Bueno,
estas son las muchachas que tengo para esta noche. ¿A quién le llamo, doctor?
—A
Íngrid, por favor.
—¿Cómo?
¿Íngrid? ¡Si ella murió hace tres mes! —dijo Jenny, sorprendida.
—Por
favor, llámeme a Íngrid —insistió Holmes.
Jenny
se cogió la cabeza e incrédula, gritó:
—¡Íngrid!
¡A la poltrona número cuatro, por favor!
Y
enseguida apareció una negra cuajada, de pelo postizo, que medía uno setenta de
estatura.
—Mucho
gusto, señor —dijo la negra—. Pero le aconsejo que usted debería llamar a otra
niña.
—¿Por
qué?
—Porque
yo estoy muerta.
—¿Cómo
así? No comprendo nada. Quiere usted decir que viene, desfila, pero no quiere
saber nada con los clientes.
—No
es eso. Lo que sucede es que ya no pertenezco a este mundo —y le mostró un pequeño
orificio que tenía al lado del corazón—. Yo soy un fantasma que viene a recoger
sus pasos.
Íngrid
cogió la botella de ron y tiró el primer trago al piso.
—Por
las ánimas del purgatorio –dijo, y sirvió en los vasos.
El
fantasma bebía como una cuba.
A medianoche, Holmes le preguntó
si quería dormir con él. Íngrid le dijo que era un placer compartir esa noche
con él, pero le recordó que ella era un fantasma.
—Debe ser maravilloso hacer el
amor con un fantasma —respondió Holmes.
Pagó la multa, hicieron el
ascenso a la habitación del placer, y cuando ella quedó desnuda, Holmes pudo
apreciar un cuerpo bello, iluminado por una luz espectral.
No sabía si lo que tenía frente a
sus ojos era una mujer de carne y hueso, o si era, en verdad, un hermoso
espantajo con forma de mujer.
Holmes se recostó en el filo de
la cama, y apenas Íngrid subió a él y empezó a cabalgar como un animal salvaje,
sintió que el mundo se desplomaba.
El fiscal quedó completamente
exprimido.
Cuando la luz del amanecer entró
por la ventana, el fiscal abrió los ojos, y no la encontró.
El fantasma había desaparecido.