Por Fabio Martínez
A escasos minutos de
Cali, y flotando como cualquier puerto fluvial que antaño fuera próspero sobre
el río Cauca, se encuentra Juanchito, uno de los doce corregimientos
que hacen parte del municipio de Candelaria.
Su población, escasa hoy en día, por: razones
económico-sociales, es en su gran mayoría negra. Esta característica étnica es
de gran importancia ya que nos permite detectar la genealogía de la población
en esta región, sus orígenes, sus tradiciones y herencias culturales, sus
caracteres sicológicos, sus condiciones materiales de vida. Estamos hablando
por supuesto de sus habitantes y o del propietario o administrador del “grill”
o la casa de lenocinio, el “dueño” de un castillo de arena enterrado en las
aguas contaminadas del Cauca, el testigo de Jehová, el chofer de la volqueta,
el turista que con su filmadora piensa “agarrar pueblo”, el salsómano caleño,
la mujer madrugadora, el vendedor de purgantes, el cartero, y cuanta gente, que
por múltiples intereses, llega a Juanchito.
Si su población es negra y, en menor medida mulata, no
cabe duda que esta región, así como toda la parte occidental de Colombia y,
sobre todo, el litroal que abraza el mar Pacífico, es heredera de la cultura
africana, traída a toda América desde la época de la colonia.
Esta cultura, este mundo maravillosos, que llegó con
grilletes directamente al socavón, a la barranca, al ingenio (téngase en cuenta
que esta región es cañera y panelera por excelencia), trajo en su corazón, su
música, entre otros regalos que todavía y despúes de cuatro siglos, seguimos
sintiendo y añorando con nostalgia, nosotros los colonizados.
Juanchito, como puerto fluvial de gran movimiento
comercial y turístico en otra época, se nutrió desde su comienzo, de esta
música y de sus variantes mezclada con la cultura occidental traída por los
españoles, ingleses y franceses y la cultura precolombina.
Esta música nos muestra sensiblemente dos grandes
vertientes: la tristeza honda con su consabida soledad y el ánimo pujante y
liberador no sólo de los grilletes, y vino a enraizarse en esta región
convirtiendo este “puerto” en uno de los principales centros de atracción y
divertimiento de la población valluna y de turistas inescrupulosos que no sólo
se contentan con la fachada recién afeitada de la ciudad sino que quieren
conocer los bajos fondos, los extramuros e la ciudad, lo que se oculta en las
postales e informes turísticos internacionales.
Diez, quince años atrás, se podía llegar el sábado en
la tarde y dejarse seducir por un pescado frito callejero, el plátano asado, el
champús y el masato, el recorrido por el río en una lancha o, en su defecto, en
el remolque, pedir unas cervezas en el
“kiosko” vestido de paja y guadua cortada en los alrededores, escuchar las
guajiras de Celina, las letras de Pedrito Flórez, el grande, los coros nasales
de mulatos puertorriqueños, dominicanos y haitianos, que llegaron
inconscientemente a asimilar algunos aspectos de la fonética francesa, las
contradanzas antillanas, el bongó que golpea corazones de Chanito Pozo, los
famosos güagüancós, los boleros rítmicos, la popular guaracha, y por qué no, la
negra que moviendo las caderas y los hombros, embruja a los hombres que danzan
a su alrededor, retando la seducción. Rictus que nos recuerda con nostalgia la
ruidosa comparsa, en Santiago en 1836, ejecutada por las multas cubanas, María
de la Luz y María de la O.
Hoy, la situación ha cambiado. La famosa “calle del
movimiento”, las aguas del río, el boga en su canoa, les pesa la soledad. Se ha
perdido ese “calor”, esa tradición que expresaba fuerza y eros. Las regatas y
las competencias a palo de guadua, ya no volverán a naufragar
arrebatadísimamente sobre el Cauca...
Por el contrario, los “grilles” encerrados, han surgido
sobre las ruinas del kioskito fresco y ventilado. La compra y venta de cuerpos,
se ha intensificado. El ladrón de la “puñalada trapera” se ha tecnificado.
El vendedor de estupefacientes, ha comprado carro... La negra
se ha alisado el cabello. El negro pide whisky.
¿Acaso será que lo que hizo famosos a Juanchito se lo llevó
la corriente? ¿O es que esta cultura “plástica”, como dice Rubén Blades, se
llevó nuestra música y nuestro Juanchito a otra parte?
Todo puede ser posible pero lo que continúa siendo cierto, es que la
llamada música negra se mantiene viva en este continente a pesar de que hayan
intentado aplastarla cuatro siglos de coloniaje dominación...