En 1955 Juan Rulfo publicó por primera
vez la novela Pedro Páramo. Después
de esta publicación, el escritor mexicano entró en un silencio literario sólo
comparable al silencio de nuestros antepasados. Rulfo, quien sufría de
insomnio, y quizás por esto, tenía la sabia costumbre de dormirse en los
congresos literarios, no necesitó escribir más. Su obra1 corta pero fecunda representa la memoria ancestral de nuestros pueblos, el
paisaje histórico y cultural americano destruido por el invasor2.
La novela comienza con el viaje de
Juan Preciado a Comala, en busca de su padre. El personaje es guiado por el arriero Abundio
Martínez quien le sirve de cicerone; apenas Juan Preciado pernocta en el
pueblo, se da cuenta que ha entrado en un pueblo fantasmal, colmado de muertos.
La obra de Rulfo propone un aspecto
fundamental que ha atravesado la cultura literaria de Occidente: De una parte, establece
la relación padre-hijo y la búsqueda del padre, que han sido tratados desde Virgilio;
de otra parte, nos plantea la visón cósmica
y circular propia de la cultura indoamericana, donde la vida se [i]mezcla
con la muerte, y los tiempos pasado, presente y futuro, se conjugan en una
dimensión rica y compleja.
Si en La
Eneida de Virgilio, Eneas, después de perder la guerra en Troya, viaja al
infierno en busca de su padre Anquises para recibir sus consejos, en Pedro Páramo Juan Preciado viaja a
Comala, que simboliza el infierno americano, y en su búsqueda tenaz por la
figura de su padre, se encuentra con un mundo fantasmagórico donde los muertos
hablan, viven y sueñan, y los vivos están muertos en vida. Es el mundo cruel
que se gestó a partir del espectáculo salvaje inaugurado por la conquista
española; es la tragedia americana, de la que habla Eduardo Subirats, que
significó el sometimiento y despojo de la cultura aborigen; es el triunfo del
colonialismo occidental sobre las culturas indígenas americanas.
Antes del siglo XVI el continente
americano estaba habitado por tres grandes culturas, a saber: la cultura
Azteca, la cultura Maya y la cultura Inca. Estas culturas alcanzaron un nivel
de desarrollo importante en la agricultura, la ingeniería, la arquitectura, la orfebrería,
la organización social y política, y un desarrollo espiritual, que se basaba en
una concepción heliotrópica, donde el sol
era el dios supremo del universo.
La conquista española a los pueblos de
ultramar estaba sustentada en una estrategia política y comercial expansionista
que permitía consolidar la unidad nacional del imperio ibérico que se había forjado
gracias a una política xenofóbica de persecución y expulsión de los pueblos
árabes y judíos que vivían en territorio hispánico; al dominio hegemónico del
cristianismo sobre otras religiones y creencias; y a la hegemonía de la lengua
castellana en detrimento de otras lenguas y dialectos. Por supuesto, en
América, esta estrategia no iba a dejar piedra sobre piedra, no iba a respetar
culturas ajenas, ni mucho menos iría a establecer un diálogo intercultural horizontal
donde ambas culturas salieran enriquecidas.
El investigador estadounidense H. F.
Dobyns3 afirma que desde la llegada de
Colón en 1492 hasta el año de 1622, en un periodo de 130 años, la población en
América que él calculaba en cerca de 100 millones de habitantes, disminuyó un
95 por ciento. Este fenómeno ha sido caracterizado por los historiadores como
la catástrofe demográfica más grande de América. Las razones sociopolíticas de
esta sangría colectiva, son tres: las enfermedades, la guerra, y las hambrunas
que vienen después de la guerra. Los investigadores Cook y Borah4 concluyen que la población mexicana
disminuyó de 25.2 millones de habitantes que tenía en el año de 1518 a 700.000
personas en el año de 1623. El historiador peruano Villanueva Sotomayo5 sostiene que el reino del Tihuantinsuyo que
se extendía desde la región de los Pastos en Colombia hasta las inmediaciones
de Chile, y que tenía en 1532, 15 millones de habitantes, en 1620, o sea 80
años después, sólo alcanzó a tener 600.000 habitantes6.
Este proceso de exterminio no sólo
iría a diezmar a la población indígena sino que, así mismo, destruiría sus
mitos, sus creencias, y sus referentes tutelares. Así, por ejemplo, del dios
Sol que era venerado desde México hasta el Perú, se pasó a adorar la imagen del
Dios Padre todopoderoso propia de la cultura cristiana; el poder que tenían los
líderes indígenas como Cuauhtémoc y Atahualpa fue sustituido por los virreyes españoles
que eran elegidos directamente desde la corona; los sabios, curacas y sanadores
indígenas fueron suplantados por los curas y misioneros españoles que se
encargaron de propagar la fe cristiana. Durante el proceso de conquista y
colonización se estableció una suplantación simbólica de valores y culturas que
dio origen en los pueblos americanos a la creación de una conciencia escindida
del individuo, y por lo tanto, al complejo de culpa de los latinoamericanos,
que aún ronda en nuestros espíritus.
La imagen del padre tutelar de los
indígenas, que estaba determinada por los dioses de la naturaleza, fue
enseguida transformada por la imagen ominosa del padre cruel y avasallador, del
caudillo, del tirano, del terrateniente; imagen siniestra que viene del siglo
XVI, que se remonta a la primera cruzada que hicieron los conquistadores españoles
en América, y que justamente, está representada en la figura literaria de Pedro
Páramo. Imagen atroz que se prolonga hasta nuestros días, a través de nuestros
tiranillos tropicales que a diario se levantan como los salvadores del pueblo.
¿Juan Preciado es Edipo en Comala? Sí,
con la diferencia de que el parricida no es él sino el cicerone de Abundio
Martínez, quien es también hijo de Pedro Páramo y hermano medio de
Preciado. Porque, según la novela de
Rulfo, todos los hombres que encuentra Preciado en Comala son hijos de Pedro
Páramo. Y por extensión, podemos afirmar que todos los hijos de América somos
hijos de Nadie; es decir, somos hijos del monstruo Polifemo; somos hijos de
Pedro Páramo. Quizás es por esto que los
latinoamericanos siempre estamos en la búsqueda de una identidad perdida; en la
búsqueda de la imagen del pater, de
la patria, que quedó refundida desde el siglo XVI.
La visión cósmica y los tiempos circulares
Las culturas indígenas americanas
tenían una visión cósmica del mundo debido a su alto nivel de espiritualidad,
su relación con los astros y su saber en el campo de la astronomía que no tenía
nada que enviar a los adelantos científicos que se hicieron en Europa a partir
de Copérnico. Prueba de esto, es la
construcción de las pirámides del sol y de la luna en el valle de Teotihuacan,
que se erigían desde la tierra hasta el cielo estableciendo una relación
unitaria con el cosmos; el calendario azteca, que era revolucionario para la
época y fue el resultado de un saber astronómico
adelantado; y el templo sagrado de Machu Pichu, que enclavado en el corazón de
los Andes, es una verdadera obra arquitectónica y espiritual sin precedentes.
Esta visión cósmica y espiritual del
mundo iría a entrar en contravía con el espíritu cristiano que trajeron los
conquistadores y los misioneros españoles a América, y que finalmente fue el
que triunfó en el continente. Sobre las ruinas de los templos indígenas se
erigieron las iglesia católicas; templos de fervor religioso, que como las pirámides
aztecas y mayas se levantan hasta el cielo; pero con la diferencia de que
mientras el cielo de los indígenas es gobernado por el dios sol y la diosa
luna, el cielo los católicos es gobernado por la figura ficcional de Dios.
Ahora bien. Si la relación que tenían
los aborígenes con el espacio era de carácter cósmica y espiritual, la relación
con el tiempo era circular. Esta visión del tiempo donde el pasado, el presente
y el futuro se conjugan en un sólo haz lumínico y espectral, iba a entrar en
contradicción con la visión del tiempo lineal y progresiva, propia de la
cultura de Occidente.
Justamente, Pedro Páramo está construida con base en esta visión cósmica y
circular. La novela comienza con el encuentro de Juan Preciado y su medio
hermano Abundio Martínez quien le sirve de cicerone para entrar a Comala, y
termina con el homicidio de Pedro Páramo cometido por el parricida de Abundio.
La novela tiene una estructura circular
donde los tiempos pasado, presente y futuro se mezclan entre sí como una
bella obra de orfebrería precolombina.
La
novela y la muerte
Todos los pueblos y culturas han
tenido una relación con la muerte. La relación que tenían los pueblos
aborígenes americanos hacía parte de los ritos sacrificales que se realizaban
como una ofrenda de agradecimiento a los dioses. La cultura azteca se destaca
particularmente en este aspecto. La consagración del palacio de Quetzalcoátl se
hizo gracias al sacrificio más de cien personas entre niños y adultos. La
sangre que allí se derramó llegó a confundirse con la piedra creando una
curiosa amalgama entre sangre y piedra; entre vida humana y reino mineral, que
perdura hasta nuestros días.
La otra presencia de la muerte entre
los indios se presenciaba en las guerras interétnicas que se desarrollaban,
generalmente, por razones de poder, de sometimiento de una etnia sobre otra,
por orgullo o simple vanidad. Es particularmente generalizada la leyenda de los
aztecas que cuenta que cuando éstos tomaban un rehén del campo enemigo, le
sacaban el corazón con un cuchillo de obsidiana para ofrendarlo a los dioses
tutelares.
¿Fueron crueles las culturas
aborígenes en relación con la muerte? De acuerdo a nuestra visión racionalista
europea, podemos afirmar que sí, pero lo que nos interesa destacar aquí es que
la relación con la muerte en América cambió profundamente cuando llegaron los conquistadores
y misioneros al continente. A partir del siglo XVI la muerte se desacralizó y perdió
el carácter ritual y religioso que tenía, convirtiéndose en una práctica social animada por los intereses
expansionistas del Imperio español. La muerte ya no era sagrada como lo fue en
los primeros tiempos del cristianismo cuando Abraham quiso sacrificar a su hijo
ante Dios y como lo ha sido en muchas culturas primigenias, sino que desde que
Colón pisó tierra americana, estuvo determinada por la estrategia colonialista de
tierra arrasada que impuso el imperio de los reyes Isabel y Fernando en el continente.
Los conquistadores españoles, quienes
fueron los últimos caballeros de la Europa medievalista y los primeros en
desembarcar en América, vinieron por la
tierra, por el oro y las indias; y lo hicieron a sangre y fuego en
nombre de la espada y la cruz; dos símbolos que representan el haz y el envés de
la violencia, el castigo, el sufrimiento y la muerte.
Parafraseando a García Márquez, podemos decir
que desde el siglo XVI, la muerte se convirtió en América en una costumbre
cotidiana, que no ha parado hasta nuestros días.
En Pedro
Páramo la muerte ronda de principio a fin; es la reina de la novela. Juan
preciado viaja a Comala impulsado por su madre Doloritas, y se encuentra con un
pueblo de muertos. Como en Virgilio y Dante, Juan Preciado realiza un viaje y
llega a la boca del infierno. Por esta razón decíamos anteriormente que Comala
representa el infierno americano; la diferencia entre los viajeros infernales
Eneas y Dante es que ambos, a diferencia de Preciado, logran salir de infierno;
Eneas, gracias al consejo sabio de su padre Anquises que le dice que se enamore
y funde una nueva patria; Dante, gracias a Beatriz, quien lo conduce al reino
de los cielos.
Juan Preciado, como todos los hijos de
Comala; es decir, como todos los hijos de latinoamérica pernocta en el infierno
y se queda en éste.
Comala representa el infierno que
hemos vivido después de tantas guerras colonialistas y poscolonialistas; después
de tantas invasiones reales y ahora virtuales. Comala es un ícono fatídico que
se produce y se reproduce continuamente en nuestro devastado paisaje latinoamericano;
y que como una voz que viene de nuestros antepasados, ha estado presente en la
literatura latinoamericana: Comala es para los mexicanos lo que La vorágine de José Eustasio Rivera es
para los colombianos.
1. El llano en llamas. Fondo de Cultura Económica, México, 1953. Pedro Páramo. FCE. México, 1955
2. Al respecto, ver: El continente vacío. Eduardo Subirats.
Universidad del Valle, Cali, 2011 y su artículo: “Pedro Páramo: zeitroman”
(inédito).
3. Dobyns, H. F. Their number become thinned: Native American population dynamics in
Eastern North America. Knoxville (Tenn). U. of Tennessee Press, 1983
4. Cook, S. F. y W. W. Borah. The indian population of Central México. University of
California Press, Berkeley, 1963
5. Villanueva Sotomayor, Julio.
tiempos El Perú en los antiguos.
Empresa periodística nacional SAC, Lima, 2001
6. http://es.wikipedia.org/.../catástrofe_demográfica_en_aamérica_tr