Nerval |
Por Fabio Martínez
“¡Tener que acostumbrarse a que el vivo es
el muerto!"
Rogelio Echavarría
Los
poetas por su alto grado de sensibilidad son los que mejor abrigan en sus vidas
y en sus obras las crisis del mundo. Son una especie de videntes que para
fortuna o infortunio del mundo, anuncian las miserias y tribulaciones
humanas. Así, por ejemplo, la vida de Dostoyevski (fue prisionero en Siberia,
jugador y enfermo epiléptico) y sobre todo, su obra, ¿no es acaso expresión
profunda de las sicopatologías de una sociedad autoritaria y atrasada como era
la sociedad zarista en la que vivió? El suicidio del poeta Maiacovski en 1930,
¿no es acaso el desenlace fatal (donde el poeta fue el sacrificado), del período
nefasto que apenas comenzaba del régimen estalinista en la recientemente
desaparecida Unión Soviética? La obra reflexiva y fragmentaria de Walter
Benjamin y su destino final en la frontera franco-española, ¿no se convierte
en símbolo de inmolación de una época terrible como fue el ascenso del fascismo
en Europa y, que hoy, infortunadamente, pretende reaparecer en sus formas más
grotescas?
Pues
bien. Toda esta introducción se ha hecho necesaria, pues acaba de aparecer en
Colombia un libro inquietante, que por tratarse de poesía, podría pasar
inadvertido (ustedes saben, en Colombia hay tantos poetas como desempleados),
pero la verdad es que es un libro que detrás de su belleza y exquisitez nos
deja en el asombro, aparte de provocarnos una serie de interrogantes, que en
medio del pequeño infierno de fin de siecle en el que vivimos, como
diría Baudrillard, aún están en la pira del juego. Se trata de la antología de
poetas suicidas, de Juan Manuel Roca, uno de los poetas más vitales de las
últimas generaciones.1
La
antología de Roca abarca un largo período de ciento veinte años, que va desde
el suicidio de Gerard de Nerval en 1865 ("Hoy no me esperes porque la
noche será blanca y negra'), hasta el auto-sacrifício de la poetisa
brasileña Ana Cristina César ("Me calzo decidida donde los gatos
fingen que me aman"), producido en 1983. Es decir, abarca todo un ciclo,
por no hablar de un círculo doloroso y tenaz, que se abre con el período
finisecular del siglo XIX, y se cierra con el período finisecular del XX, que
aún está por definirse.
Esta coincidencia
histórica en la antología de Roca, donde los dos períodos finiseculares se
tocan por la cola, no es fortuita, pues ya otros autores han coincidido en el
hecho de que lejos de que estemos viviendo un período nunca antes vivido,
como lo aseguran los nuevos Mesías del Apocalipsis, los fines de siglo, que
traen consigo un espíritu de desazón e incertidumbre, casi siempre coinciden
en sus rasgos y tendencias fundamentales. (Creo que en el año 2025, que es el
año donde realmente empezará el siglo XXI -de 1993 en adelante serán años de
crisis, desplazamientos y depresiones-, podremos confirmar que no estábamos
descubriendo nada nuevo, porque sencillamente, ya todo estaba descubierto).
Así se
vislumbra en la obra de Jean Baudrillard, el filósofo más contundente de esta
última década, y en las tesis de Elaine Showalter. En el libro Sexual
Anarchy, Gender and culture at the finde siecle2, de esta última
autora, vemos cómo a través de un estudio de las tendencias literarias y
culturales de los dos períodos finiseculares, existen una serie de rasgos que
se repiten una y otra vez, como una sola constante, y que tal vez, los
desesperados y arribistas de la cultura, nunca van a lograr entender.
Showalter
plantea cómo la proliferación de los desamparados en las grandes urbes (ver
las novelas de Charles Dickens pura, finales del siglo XIX, y las novelas de
Norman Mailer y relatos de Bukovski para el siglo XX); los períodos de anarquía
sexual que traen consigo las epidemias sexuales (en el siglo XIX la enfermedad
generalizada fue la sífilis, en el siglo XX el sida); los períodos de
ambivalencia y confusión sexual (ayer fue Oscar Wilde, hoy es Michael Jackson);
la proliferación de productos sico-trópicos que sirven como fórmula de evasión
y escape (ayer fueron el láudano y la absenta, hoy la cocaína y el basuco);
las épocas de retractación y conservadurismo ideológicos que resultan
después de períodos locos (ayer fue la época Victoriana, hoy es el
Neo-liberalismo con sus yupies formalitos, y los neonazis Cabezarrapadas);
las amenazas continuas de guerra, y la desilusión, son algunos síntomas que
se repiten una y otra vez, con sus propios códigos y leyes. A este oscuro panorama,
en Colombia se suma el problema del narcotráfico, aquel trhiller negro y
perverso, en el que los directores de cine norteamericano ya tienen puestas
sus cámaras.
La
antología de Roca parte de Gerard de Nerval, el último representante del romanticismo
en Europa ("Yo soy el tenebroso -el viudo- sin consuelo"),
que amaneció colgado entre el cielo y la tierra, en la antigua calle de la Vieille
Lanterné de París. Luego, continúa su doloroso periplo con José Asunción
Silva, el último representante del romanticismo en América ("Una noche
toda llena de perfumes, de murmullos
y de música de alas^y que al no poder conciliar el amor con los negocios,
se pegó un tiro en el corazón, en la fría Bogotá, de 1896. Mario De Sa Carneiro
("Cuando yo muera que batan alas,/ que a dar saltos y piruetas empiecen”),
que junto a Pessoa, fue el animador de la escuela modernista en Portugal, y
murió en París, en 1916, ayudado con una dosis de estricnina. Arthur Cravan,
precursor del dadaísmo y marinero en los bares de París, ("yo era
grande, ¡querido Missíssipi.lv), que murió ahogado en el Golfo
de México, hacia 1919. Georg Trakl, el atormentado de Salzsburgo, (“Ciertamente
amaba el sol, que purpúreo bajaba la colina"), que después de prestar
el servicio militar en la mera Guerra, como soldado farmaceuta, acabó su vida
con una sobredosis de cocaína. Paúl Celan ("Cavamos una tumba en
los aires, allí no hay estrechez”), que se ahogó en las aguas del Sena.
Rene Crevel ("Globos de esperanza, estrellas de locura, zarzas
de odio..."), uno de los más destacados animadores del movimiento
surrealista, quien murió en París a la edad de treinta y cinco años. Dylan
Thomas ("Una extraña ha venido a compartir mi cuarto en esta casa que
anda mal de la cabezaJ”), que murió a los treinta y nueve años
en la ciudad de Nueva York, al ingerir 18 tragos de whisky Glenfendish
seguidos. Carlos Obregón ("Hondamente resuena la soledad del valle
poblada por las aves en su vuelo errabundo"), un poeta bogotano que
sigue en el limbo, y murió a los treinta y tres años ayudado por una dosis de
barbitúricos, como nuestro lastimado escritor, Andrés Caicedo. José María
Arguedas ("Dicen que ya no sabemos nada, que somos el atraso/
que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor..."), que en 1969
se pegó un tiro en un aula de la
universidad, por problemas de identidad cultural. Luis Hernández ("Mi
país es letreros de cine: gladiadores, la Farmacia de turno y
tonsurados"), el poeta peruano que como Attila Jozsef, se tiró a las ruedas de un tren en
movimiento, en Buenos Aires, en 1977. Alexandra Pizarnik (''La que murió
de su vestido azul está cantando'), que se cortó la vida
en 1972. Y Ana Cristina César, que murió en 1983.
Como podemos
apreciar, por la antología de Roca pasa todo un panteón de jóvenes ilustres y
demenciales, que constituyen la historia de la sensibilidad del mundo. Una historia
dura y cruel, como son las cosas que de verdad importan en la vida, y que aún
está por resolverse.
En el
crepúsculo del siglo XIX, los románticos se suicidaban pendiéndose de una
cuerda que colgaba entre el cielo y la tierra; después, la muerte fue menos
metafórica. Unos se descerrajaron un tiro en la sien, otros se lanzaron a los
rieles de un tren, y los más inofensivos se ahogaron en el alcohol y las
drogas.
Estas
fueron las enfermedades suicidas hasta 1983, consignadas en aquella opus
nigrum, realizada por el poeta colombiano.
De 1983
al año 2025, se abre un nuevo ciclo, quizás más incierto y de consecuencias aún
no calculadas, por los efectos del sida, y que ya empieza a dejar una lista de
víctimas como Severo Sarduy, Reynaldo Arenas, Lorenzo Jaramillo, y el poeta
etéreo del baloncesto, 'Magic”Johnson. ¿Qué podemos hacer para
evitar el infierno o, por lo menos, hacerlo menos doloroso? Dejemos que sea
Jean Baudrillard quien nos dé un punto de apoyo, para que en caso de
sobrevivir a este final de siglo oscuro, perverso y fanático, podamos por lo
menos, comprenderlo.
"¿No
podríamos, a la vista de todo eso, ahorrarnos este final de siglo? Propongo
que se supriman de antemano los años noventa y que pasemos directamente del 89
al 2000. Pues estando ya ahí este final de siglo, con todo su pathos necrocultural,
sus lamentaciones, sus conmemoraciones, sus interminables museificaciones,
¿todavía tenemos que aburrirnos diez años más en el mismo infierno?" (Pág.
102).3
NOTAS
1. Cerrar la puerta.
Muestra de poetas suicidas. Juan Manuel Roca. Ediciones
Holderlin, Medellín, Colombia, 1993.
2.
Sexual anarchy. Gender and cultures at the fin de siecle. Elaine
Showalter. Penguin books. New York.U.S.A. 1990.
3. La transparencia del
mal Ensayo sobre los fenómenos extremos. Jean Baudrillard. Anagrama. Barcelona,
España, 1991.