Ortiz, Roca, Martínez, Moreno-Durán, Espinosa y Álvarez Gardeazábal |
El viaje
Por Ignacio Ramírez
El Tiempo, Lecturas
dominicales. Bogotá, 3 de septiembre de 2000
Porque leer y escribir son
sinónimos de viajar, los escritores Fabio Martínez y Gilberto Castillo han
puesto a disposición de los lectores lúdicos un par de naves de papel, para
embarcarnos con el primero en una deliciosa aventura de todos los periplos
literarios que en Colombia han sido y, con el segundo, en una minuciosa y
deliciosa pesquisa tras las huellas de los tres conquistadores aventureros más
notables de nuestra historia pintoresca y cruda.
El viajero y la memoria,
vehículo narrativo desde el cual Fabio organiza su andanza literaria, es el
producto de una desbordada pasión del autor por estar siempre en otra parte y
la urgencia que de esa premisa surge: cómo se hacen los caminos al andar.
Entonces, el escritor caleño que comenzó a emitir señales de humo narrativo
cuando era un habitante del séptimo cielo, en una buhardilla de París, en el
proceso de alcanzar la madurez como autor, se fue por cinco años al Canadá, no
sólo para redoctorarse en literatura y semiología en la Universidad de Québec,
sino especialmente para viajar los libros de otros andariegos que le
antecedieron en el descubrimiento de que «el viaje es el deseo de salirse de sí
para descubrir al otro».
Gilberto, en cambio, se
descubría a sí mismo y nos tenía guardada la sorpresa -a quienes leíamos sus
crónicas periodísticas- de revelarse como escritor sin previo aviso, lo cual
equivale al viaje súbito del cambio de imagen, que como por arte de magia
transforma al reportero en autor de textos densos y le eleva a la categoría de
literato, respaldada primero con una seria investigación histórica, y luego con
el oficio de escribir: se fajó Caminando en el tiempo, una novela histórica que
con rigor y método, precisión y audacia, nos cuenta como si fuera fantasía, la
historia de Quezada, Benalcázar y Federman, tres conquistadores distintos y una
sola barbarie verdadera.
Fabio Martínez se luce como
piloto experto en el itinerario de las palabras trazadas por los hombres de
palabra: primero la relación de Colón con su diario tan luminoso-como
delirante, los testimonios de los cronistas y, luego, muy sólidos, los análisis
de las obras de viajeros capitales en las rutas criollas del devenir de los
tiempos: De sobremesa de Silva; La vorágine de Rivera; La otra raya del tigre de Gómez
Valderrama; Viaje a pie de Femando
González; Cuatro años a bordo de mí mismo
de Zalamea; El buen salvaje de
Caballero Calderón; Fugas de Collazos; La tejedora de coronas de Espinosa, El viaje triunfal de García Aguilar; Amares, del mar verde al mar de los
caribes de Arturo Echeverri; Todas las
viajerías de Mutis con su inherente
Maqroll y Mambrú de Erre Hache, entre
muchas otras que aparte de mencionar, recorre para la plenitud del viaje.
Gilberto Castillo no sólo se
compromete con investigar hasta donde le fue posible, para sustentar la
veracidad de lo que cuenta, sino que asume el estilo de quien convierte en
leyenda lo verídico, como evidente gancho para cautivar lectores de aquellos a
quienes la historia-historia les resulta pesada y que saben, además, como
afirmó Fernando Soto Aparicio durante la presentación de Caminando el tiempo,
que «la verdadera historia no la escriben jamás los historiadores sino los
novelistas», tesis que se comparte y aprueba cuando se ha completado el periplo
por el libro de Castillo.
El viajero y la memoria de Fabio Martínez, que obtuvo el Primer Premio en el Tercer Concurso
Latinoamericano de Ensayo, René Uribe Ferrer, convocado por la Universidad
Bolivariana, de Medellín, llena el gran vacío que existía en la historia de la
literatura colombiana de los viajes y de los viajeros y crea la necesidad de
seguir rescatando la memoria de este pueblo amnésico.
Caminando en el tiempo, de
Gilberto Castillo, aparte de poner el dedo en la llaga de la condición humana
de los conquistadores, de resaltar el protagonismo indígena en la metamorfosis
del continente asaltado y destruido, tiene también la virtud de recrear,
cuestionar y poner a pensar. ¡Feliz viaje!ootmail.com
Cartógrafa es la memoria
Por Juan Manuel Roca
El Tiempo, Bogotá,
agosto 5 de 2000
Cuando recordamos que el
maestro de Agustín Codazzi, a quien tanto deben los hacedores de mapas en este
lado del febril continente, era un hombre ciego llamado Pier Matteo Zappi,
intuimos que la memoria se instaura en los imaginarios, en los mapas que más
que físicos son imaginados. Así parece entenderlo el ensayista colombiano Fabio
Martínez cuando traza territorios simbólicos rastreados en la literatura del
país. Su libro El viajero y la memoria resulta una carta de navegación que nos
revela como habitantes de un lugar fundado en parajes reales, pero también en
paisajes ficcionados.
Tal como sucede con el inicio
de un libro emblemático en la novela moderna de Colombia, La vorágine, donde se señala lo que sería un impronta para la vida
nacional: «jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia», en el mapa
imaginario de un lector que no vivió el drama de la explotación del caucho, ni
el estigma en su pellejo de los designios de la Casa Arana, se hace imborrable.
Se trata de un país y un paisaje visitados por la memoria.
De muchos jirones de la
literatura de viaje, o del viaje de la literatura, está hecho el bien
documentado y mejor escrito libro de Martínez. Le bastan cinco capítulos, que
son de igual manera cinco paradas de caminante —su prosa fluye con un sentido
viajero— para cumplir un periplo por nuestras letras. No es un viaje en la nave
de los locos, pero su primer capítulo en torno al descubrimiento del nuevo
mundo, a su literatura adobada por una simbología que ataba y desataba realidad
y ficción, no es otra cosa que el recuento del descubrimiento «del otro» o, si
se quiere, «de lo otro». Según el entender de Martínez la fundación de lo que
da en llamar «ficción Itinerante», se da con la novela de una poeta, en De
sobremesa, de José Asunción Silva. La memoria de esa novela casi naufraga en la
desmemoria colombiana, como los papeles que se le hundieron al poeta viajero en
el barco Amerique en costas venezolanas. Solo 60 años después de escrita, como
recuerda Gutiérrez Girardot, y lo registra Martínez, fue reconocida como
«radicalmente innovadora y moderna» en la literatura de lengua española.
El viajero y la memoria es un
libro para leer sin escalas. El inefable Maqroll, el viaje dantesco en el
Mambrú de R.H. Moreno-Durán, el arribo del colono en La otra raya del tigre de
Pedro Gómez Valderrama, los pasos de un Viaje a pie con el ojo despierto para
los pequeños acaeceres en la obra de Femando González, las huellas de nuestro
Ahasverus, una suerte de judío errante, Barba Jacob, a través de los pasos
clonados por Femando Vallejo, las injustamente olvidadas novelas y relatos de
Echeverri Mejía, la monologante Genoveva Alcocer de La tejedora de coronas, de
Germán Espinosa, el último viaje de Bolívar en Las cenizas del libertador, de
Cruz Kronfly, o el viaje final en el garcia-marquiano General en su laberinto, momentos de los mil y un viajes señalados
por Martínez, son una invitación al nomadeo.
Se trata de un libro suscitador
desde la historia y la ficción literaria. Quizá nos quede debiendo un estudio
del viaje de Walter Benjamín hacia la nada, bellamente descrito por Ricardo
Cano Gaviria en El pasajero Benjamín.